Columna

Expertos en perfiles

Hay en las películas un sentido del humor a ciertas horas de la mañana, con el cerebro a medio enchufar, que no se aprecia cuando uno está concentrado del todo

Bruce Willis.ANGELA WEISS (AFP)

El justiciero (Eli Roth, 2018) es una película mala de no poder despegar la mirada, imposible ir siquiera al baño. La película consiste en enfadar a Bruce Willis hasta que reviente. Cómo vas a cambiar de canal. En la película, Bruce Willis es un médico feliz y pacífico, casado y con una hija de 17 años que resulta ser Camila Morrone. Al principio, un padre de otra chica lo empuja y lo humilla delante de su mujer, después unos atracadores matan a su mujer y dejan en coma a su hija y, tras eso, unos matones le pegan una paliza en la calle. Hay un in crescendo que encoge el alma. E...

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El justiciero (Eli Roth, 2018) es una película mala de no poder despegar la mirada, imposible ir siquiera al baño. La película consiste en enfadar a Bruce Willis hasta que reviente. Cómo vas a cambiar de canal. En la película, Bruce Willis es un médico feliz y pacífico, casado y con una hija de 17 años que resulta ser Camila Morrone. Al principio, un padre de otra chica lo empuja y lo humilla delante de su mujer, después unos atracadores matan a su mujer y dejan en coma a su hija y, tras eso, unos matones le pegan una paliza en la calle. Hay un in crescendo que encoge el alma. El justiciero es una película exageradísima que va sobre la paciencia de Bruce Willis. Y acaba, la película y la paciencia, como acaban estas cosas: con la casa de Willis llena de armas y cargándose a media ciudad, algo que se sabía desde el primer roce. La novedad es que el poli que persigue sus crímenes de justiciero es uno que está a su lado todo el rato pero no sospecha de él. El director de cásting no se anduvo con chiquitas: lo interpreta el Hank de Breaking Bad. Hank pone las mismas caras pero como si Walter White fuese Bruce Willis. Sospecha pero con tacto, como si le estuviesen organizando un cumpleaños a su espalda.

Todos los días intento ver cine antes de trabajar, sobre las 6.30 de mañana, mientras me desperezo. Hace poco vi Psicosis y me di cuenta de un detalle. Cuando el detective que investiga la desaparición de Marion Crane llama por teléfono desde el Motel Bates para dar la dirección, firma cinematográficamente su sentencia de muerte. Porque ha dejado al guionista con vida: si no da esa dirección, la película entra en un callejón sin salida; no habría manera de llegar al simpático establecimiento hostelero. El detective, como Jesús, muere para salvar Psicosis, pero sólo lo hace tras airear su mensaje. Cuando ocurre, ya es prescindible para el guionista e imprescindible para Hitchcock, que rueda su muerte (esa cámara moviéndose alrededor de una puerta, tras la cual dos voces —madre e hijo— discuten) de forma magistral, porque Hitchcock en esa película mata como nunca consiguió matar en otra.

También he visto hace poco Kill Bill, las dos, pero a lo largo de una semana. Ha servido para cambiar mis dos escenas preferidas, que ahora son el monólogo de Hattori Hanzo: “Acabo de fabricar lo que hace 28 años juré no volver a crear” mientras acaricia una katana (“si te encuentras a Dios con esto, lo rajas por la mitad”) y el momento en que Uma Thurman descubre que está embarazada cuando una asesina a sueldo trata de matarla. Cae el predictor y las dos, en una escena antológica, protagonizan el momento de mayor sororidad que he visto en tiempos: la de dos mujeres con orden de matarse que se perdonan la vida por algo —la vida, precisamente— cuya gestación les atañe únicamente a ellas.

Hay un sentido del humor y una sensibilidad a ciertas horas de la mañana, con el cerebro a medio enchufar, que no se aprecia cuando uno está concentrado del todo. Por ejemplo, de esa obra maestra que es Mindhunter 2 ahora aprecio mucho más el momento en que la experta en perfiles del FBI se va al piso de una camarera a follar y, al acabar, dice echando un vistazo que no se esperaba un piso tan modesto.

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