Columna

Irreversible

Mi amigo parece entender completamente su deseo. Eso me admira porque yo sigo siendo un misterio para mí misma

Reloj con el cristal roto.Wirestock (Getty Images/iStockphoto)

Voy a encontrarme con mi amigo querido. Regresé enferma de un viaje y él se ocupa de buscar un café donde podamos conversar sin aturdirnos. Al llegar, nos abrazamos sin cautela, hundidos en el lujo del cariño. Me une a él un filamento de ternura, de tristezas sin mucha tragedia. Hablamos a diario, nos contamos casi todo lo que hacemos. Es como si viviéramos juntos pero con la precaución de la distancia. Me gusta la manera que tiene de decir “Estoy para”: “Estoy para ver una película”, “Estoy para quedarme en casa”. Parece entender completamente su deseo. Eso me admira porque yo sigo siendo un ...

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Voy a encontrarme con mi amigo querido. Regresé enferma de un viaje y él se ocupa de buscar un café donde podamos conversar sin aturdirnos. Al llegar, nos abrazamos sin cautela, hundidos en el lujo del cariño. Me une a él un filamento de ternura, de tristezas sin mucha tragedia. Hablamos a diario, nos contamos casi todo lo que hacemos. Es como si viviéramos juntos pero con la precaución de la distancia. Me gusta la manera que tiene de decir “Estoy para”: “Estoy para ver una película”, “Estoy para quedarme en casa”. Parece entender completamente su deseo. Eso me admira porque yo sigo siendo un misterio para mí misma. Él pide hibiscus, yo té negro. Me siento laxa, con esa flojera sensual que dan los padecimientos leves, el cansancio del trabajo terminado, el ardor de la escritura que cesó (la obligué a cesar y eso se paga caro: lo estoy pagando). Lo escucho mientras pienso qué agradable es estar ahí con él, en condición dulce y fraterna. Hablo poco porque nada de lo que diga hoy podría entenderse. Vivo un desarreglo que no va a terminar, así que me acomodo en torno al silencio. Nos despedimos tres horas después, me acompaña a tomar un taxi. Al llegar a casa le escribo. Responde de inmediato. Cito de memoria: “Estabas tan linda. Esa luz, el pelo, las manos. Me dieron ganas de hacerte un retrato pero me pareció anticlimático”. Tengo un pensamiento crudo acerca de lo irreversible, de esa foto que ya no tomará: “Todo el tiempo en que no estés conmigo, corazón, es un tiempo en el que no estarás conmigo para siempre”. Los amigos ven cosas dentro de nosotros. Las que me habitan están hechas de una luz oscura. No son secretas sino algo peor: son invivibles. Hay un poema de Robert Creeley: “¿Cuál será la verdad/ que hace tan infelices a los hombres?/ Los días de morir/ son especiales:/ la vida es invivible separados/ de aquello que debemos perdonar”. Versos enigmáticos que, al menos hoy, entiendo completamente

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