Un país a tiros
El estruendo de las balas, las torturas y los secuestros acallan cualquier mensaje desde los palacios estatales, donde se afirma que los homicidios están bajando
La cifra de 100 muertes violentas diarias como promedio en México sorprende a cualquiera, pero basta una semana ojeando los periódicos para darse cuenta de que la estadística podría ser incluso peor. El ruido de la política en los últimos tiempos no deja oír los tiros que están poniendo patas arriba medio país. De Tamaulipas a Chiapas, de Toluca a Chilpancingo, el estruendo de las balas, las torturas y los secuestros acalla cualquier mensaje desde los palacios estatales, donde se...
La cifra de 100 muertes violentas diarias como promedio en México sorprende a cualquiera, pero basta una semana ojeando los periódicos para darse cuenta de que la estadística podría ser incluso peor. El ruido de la política en los últimos tiempos no deja oír los tiros que están poniendo patas arriba medio país. De Tamaulipas a Chiapas, de Toluca a Chilpancingo, el estruendo de las balas, las torturas y los secuestros acalla cualquier mensaje desde los palacios estatales, donde se afirma que los homicidios están bajando. Más valdría no decir ni mu y seguir con la política si esta no es capaz de combatir el crimen.
En Tamaulipas, a nueve meses del nuevo Gobierno, ahora encabezado por un morenista, los civiles muertos, los ataques a figuras de Estado y los bloqueos carreteros ponen de manifiesto que uno de los territorios más violentos del país se resiste a bajarse de su triste imagen. Chilpancingo (Guerrero) está soliviantado por los cuerpos decapitados, las escuelas cerradas, el transporte paralizado y los reclamos del crimen al Ayuntamiento en sangrientas cartulinas, todo aderezado de videos donde se ve a la presidenta municipal departiendo con uno de los capos de la zona.
Más de 1.000 balas y 25 sicarios acabaron con la vida del autodefensa Hipólito Mora, un hombre largamente amenazado en Michoacán, otra de las tierras calientes de México. Seis personas fusiladas contra un paredón, como en tiempos de guerra, en Apodaca, cerca de Monterrey. Un bebé quedó abandonado en una iglesia. Los padres, muertos, aún tenían el chupete en las manos. Un comando armado incendió la central de abasto de Toluca y asesinó a nueve personas, la misma ciudad donde unos días antes colgaron cadáveres de un puente y el mismo Estado en el que la Fiscalía recién ha identificado los restos de una subdirectora de Preparatoria y su hijo, desaparecidos hace algo más de un mes.
Con todo lujo de imágenes grabadas en video se retransmitió por capítulos el secuestro de 16 personas en Chiapas, un Estado donde la violencia, antaño desconocida, se cierne hoy sobre los mexicanos del sur como un oscuro nubarrón.
Faltan páginas de periódico y sobran palabras para completar el clima de ignominia bajo el que viven los mexicanos mientras se debaten sobre el candidato al que votarán y si acertarán alguna vez con el que les saque de estos niveles de violencia que van desde el ámbito doméstico al horror callejero. ¿Quién tiene la solución? ¿Cuántos militares hay que sacar a las calles? ¿Con qué países aliarse para combatir el crimen? ¿Cuándo acabará esta guerra?