Sardinas

Tumbados en la arena bajo el cielo estrellado la noche de San Juan estaba hecha para no pensar en nada, salvo en el sonido del acordeón que te llevaba a un espacio feliz de la memoria

Una hoguera durante la Noche de San Juan, en la playa de Riazor, a 23 de junio de 2023, en A Coruña, Galicia (España).M. Dylan (Europa Press)

Durante miles de millones de años, antes de que hubiera vida en la tierra, también llegaba puntualmente el solsticio de verano y el oleaje rompía en esta playa con un sonido acompasado, solo que esta vez a esa rueda infinita del tiempo se había sumado un acordeón que tocaba un vals en la oscuridad. En la noche de San Juan las llamas iluminaban las siluetas de unos jóvenes tumbados en la arena alrededor de la hoguera y mientras se asaban las sardinas los jóvenes hablaban de sus cosas general...

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Durante miles de millones de años, antes de que hubiera vida en la tierra, también llegaba puntualmente el solsticio de verano y el oleaje rompía en esta playa con un sonido acompasado, solo que esta vez a esa rueda infinita del tiempo se había sumado un acordeón que tocaba un vals en la oscuridad. En la noche de San Juan las llamas iluminaban las siluetas de unos jóvenes tumbados en la arena alrededor de la hoguera y mientras se asaban las sardinas los jóvenes hablaban de sus cosas generalmente anodinas con risas que no se debían a nada, sino a la dulzura que a veces adopta la naturaleza. Uno recordaba aquellas noches de verano de la niñez cuando había todavía luciérnagas en los setos del jardín y en los charcos croaban las ranas. Otro trataba de elevar su pensamiento hacia las estrellas. Tenía algún conocimiento de astronomía y con el dedo señalaba a los amigos el planeta Júpiter con el collar de satélites, el carro de la Osa Menor con la Polar, el Triángulo de Verano que formaban las estrellas Vega, Deneb y Altair, las constelaciones del Cisne y la Casiopea. Alguien le decía que dejara en paz a las estrellas porque ahora lo más importante era que el espeto de las sardinas estuviera bien asado. En la noche de San Juan había muchas hogueras en aquella playa y los niños las saltaban a través del fuego y excitados por el resplandor gritaban sin saber que sus gritos obedecían a un placer que todavía no reconocían; había adolescentes que dentro de un mar oscuro se amaban por primera vez y viejos que recordaban los amores perdidos. Tumbados en la arena bajo el cielo estrellado la noche de San Juan estaba hecha para no pensar en nada, salvo en el sonido del acordeón que te llevaba a un espacio feliz de la memoria. Tal vez la felicidad era esa brisa de sal que llegaba hasta el fondo del alma o el anuncio de que a cada uno le tocaban seis sardinas por barba.

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