Digestiones
Pasó por delante de mi gato una mosca que atrapó al vuelo con una pata llevándosela a la boca. Increíblemente, mientras se la tragaba, sentí pasar por mi garganta algo que no podía ser otra cosa que la mosca, como si nuestros aparatos digestivos estuvieran conectados
El azar nos ha reunido a mi gato y a mí, aunque ninguno de los dos siente un gran afecto por el otro. Nos respetamos, eso es todo. A veces, le compro en el súper un paté al que se entrega como a una droga (quizá lleve sustancias adictivas). El caso es que estaba viendo yo la tele y el gato me estaba viendo a mí. En un momento dado, desvié los ojos del aparato y nuestras miradas se cruzaron, provocando en ambos un vértigo de carácter existencial insoportable. En esto, pasó por delante de él una mosca que atrapó al vuelo con una pata llevándosela a la boca. Increíblemente, mientras se la tragaba...
El azar nos ha reunido a mi gato y a mí, aunque ninguno de los dos siente un gran afecto por el otro. Nos respetamos, eso es todo. A veces, le compro en el súper un paté al que se entrega como a una droga (quizá lleve sustancias adictivas). El caso es que estaba viendo yo la tele y el gato me estaba viendo a mí. En un momento dado, desvié los ojos del aparato y nuestras miradas se cruzaron, provocando en ambos un vértigo de carácter existencial insoportable. En esto, pasó por delante de él una mosca que atrapó al vuelo con una pata llevándosela a la boca. Increíblemente, mientras se la tragaba, sentí pasar por mi garganta algo que no podía ser otra cosa que la mosca, como si nuestros aparatos digestivos estuvieran conectados. Me había ocurrido en otras ocasiones, pero lo había desechado enseguida como una sugestión enfermiza. En este caso, sin embargo, todo resultaba demasiado real. El gato volvió a mirarme. “Nos hemos tragado una mosca”, le dije, sin recibir asentimiento alguno.
Volví al telediario, donde ocurrían cosas no menos extraordinarias. La mosca me había dejado mal sabor de boca. La imaginaba en el estómago, diluyéndose en los jugos digestivos. Para aliviar el malestar provocado por esta obsesión gástrica, fui al congelador a por una tarrina de helado de chocolate de la que, de nuevo instalado en el sofá, fui dando cuenta despacio, bajo la atenta mirada del felino, que se relamía después de cada una de mis cucharadas, como si fuera él quien se comía el helado, lo que no me pareció inverosímil. En ese instante, entró mi mujer en el salón y me dijo que tenía un poco de chocolate en el labio superior. Al ir a quitármelo con el índice de la mano derecha, la locutora que ocupaba la pantalla de la tele realizó un gesto idéntico al mío. Tal vez su boca y la mía se hallaban también estrechamente comprometidas.