Hay partido, pero ¡ay!

Las aspiraciones progresistas ante la competición electoral tienen hoy más posibilidades de las que tenían tras el 28-M

Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados, el 21 de marzo.J.J. Guillén (EFE)

Pese a la ola conservadora del 28-M, sigue habiendo partido para el 23-J. Quizá no demasiado. Pero bastante. Y hoy más que ayer. Había tres baremos para una competición equilibrada: la unidad del izquierdismo, el aliento vencedor del PP, la movilización del votante socialista.

De los tres, el primero mejora para las aspiraciones progresistas. Aunque con tensión agónica, se esfumó el riesgo de la frag...

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Pese a la ola conservadora del 28-M, sigue habiendo partido para el 23-J. Quizá no demasiado. Pero bastante. Y hoy más que ayer. Había tres baremos para una competición equilibrada: la unidad del izquierdismo, el aliento vencedor del PP, la movilización del votante socialista.

De los tres, el primero mejora para las aspiraciones progresistas. Aunque con tensión agónica, se esfumó el riesgo de la fragmentación de la oferta izquierdista. Eso acarrea un efecto aritmético positivo: los 12 escaños de más que conservaría, sin perderlos por el reparto de la ley D’Hondt. Ahora no dilapidará papeletas al no alcanzar un porcentaje mínimo del electorado. Con el que tiene, en principio, bastaría. Además, los desencantados por el descabalgamiento del círculo más ensimismado de Podemos son menos. No irán a más. Sus patrocinadores se juegan el sueldo. Y todos saben que no los vetó la gente de Yolanda Díaz, sino los electores que les abandonaron.

Así que la bronca, confrontación e insulto (de los/las Montero, Belarra, Echenique, Iglesias...) capota como ADN de este espacio: quienes persistan en eso, adiós. Se ha operado un cambio histórico. La retórica insidiosa queda supeditada al fondo transformador. Se integran en el sistema. Lo que beneficia a Díaz. Y a la expectativa de Pedro Sánchez. Ya todos saben que nombrará (si repite) solo a gente normal. Sin enviados de la estratosfera.

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El segundo factor, la capacidad de atracción del PP, no parece de momento multiplicarse, lo propio de la seducción del último vencedor. Pese a su esfuerzo en integrar moderados (Borja Sémper) y extremistas (Cayetana Álvarez de Toledo), Alberto Núñez Feijóo aparece únicamente como arrastrado por los ultras de Vox, sus planes y su negacionismo: favorecer la desecación de Doñana, la reedición de una crisis tipo vacas locas en Castilla y León, el cortocircuito a los derechos de la mujer. Y su programa económico sigue en la nada. La sobreactuación que niega el empuje de la economía española, como líder europea en crecimiento, empleo y caída de la inflación es una sandez que no suma a nadie interesado en explorar otras políticas. Pues llevamos tres crisis exteriores sorteadas y el paro es la mitad que bajo el último Gobierno conservador (26%).

El tercer factor, la activación del voto socialista pasivo, es, ay, poco obvio. Defender lo hecho vale: es necesario saber cómo se continuaría. Alertar de un retorno siniestro, y peor en compañía ultra, también. Pero no se debe ecualizar al de modales suaves con el de conducta agresiva. Pues aunque compartan síndromes, la percepción de la gente no los equipara. Conviene ser sutil.

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