La palabra limpia de Eloy Sánchez Rosillo

Aún tuve que curarme de unas tercianas surrealistas antes de tomarles gusto a los poemas tranquilos de Sánchez Rosillo, inicialmente vencidos hacia lo elegíaco

Eloy Sánchez Rosillo, en su domicilio en Murcia.Pedro Martínez Rodríguez

Es 1977, por la tarde. Sentado a la mesa de trabajo, ando dale que te pego a la Fonología española de Alarcos y la radio, ahí delante, difunde una noticia cultural. Un tal Eloy Sánchez Rosillo, murciano, había obtenido de víspera el premio Adonáis de poesía. El galardón, que un año antes había correspondido a un poeta apreciable de mi ciudad, ...

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Es 1977, por la tarde. Sentado a la mesa de trabajo, ando dale que te pego a la Fonología española de Alarcos y la radio, ahí delante, difunde una noticia cultural. Un tal Eloy Sánchez Rosillo, murciano, había obtenido de víspera el premio Adonáis de poesía. El galardón, que un año antes había correspondido a un poeta apreciable de mi ciudad, Jorge G. Aranguren, tenía entonces mucho prestigio. Un pálpito premonitorio me llevó a anotar el nombre del ganador y a adquirir semanas después su obra en una librería. La leí y ahí quedó, y la he buscado en mi biblioteca y no está. Aún tuve que curarme de unas tercianas surrealistas antes de tomarles gusto a los poemas tranquilos de Sánchez Rosillo, inicialmente vencidos hacia lo elegíaco; más tarde, en el curso de una maduración paulatina, teñidos de estoicismo celebratorio y siempre amasados con cuidadosa harina comprensible.

Tengo para mí que Sánchez Rosillo es un poeta mayor, denominación que su modestia elegante se apresuraría a rebajar. Esto último lo deduzco, no del trato personal, puesto que la fortuna no me ha brindado aún la ocasión de conversar con él, sino de su libro reciente, El sueño cumplido, que reúne una conferencia, unos poemas y un racimo de entrevistas a cuál más enjundiosa. De todo ello se sirve el poeta, a quien vaticino el premio Cervantes, para exponer sin herrumbre teórica su idea de la poesía, inseparable en su caso de la experiencia vital, y para dar una medida del hombre a quien debemos una colección de títulos memorables. Entre los apotegmas que Sánchez Rosillo enuncia en su libro, recuerdo el que afirma que la poesía sirve para “ensalzar la vida y acrecentarla e intensificarla con más vida”. Qué reconfortantes bocanadas de aire limpio deparan estas páginas sabias. Cerrado el ejemplar, a uno lo asquea y aburre doblemente el barullo político de nuestros días.

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