El peso de vivir en la Tierra

En la novela del mexicano David Toscana los protagonistas, aburridos, se transforman en personajes de cuentos rusos en un proceso no exento de humor pero que tampoco oculta los horrores del periodo soviético

FERNANDO VICENTE

Cuando los muchachos mexicanos de Monterrey se aburren, tienen una salida que es desconcertante y genial: se convierten en los personajes de novelas o cuentos rusos traducidos al español y esta transformación, que es la característica mayor de la novela de David Toscana, transcurre de manera sorprendente y absolutamente eficaz. Tanto, que los personajes “reales” dejan de serlo en el curso de la historia y se convierten nada menos que en los personajes de Tolstói, Pasternak, Pushkin y de otras obras rusas que conocemos. La transformación que experimentan es integral, muy risueña, y los lectores...

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Cuando los muchachos mexicanos de Monterrey se aburren, tienen una salida que es desconcertante y genial: se convierten en los personajes de novelas o cuentos rusos traducidos al español y esta transformación, que es la característica mayor de la novela de David Toscana, transcurre de manera sorprendente y absolutamente eficaz. Tanto, que los personajes “reales” dejan de serlo en el curso de la historia y se convierten nada menos que en los personajes de Tolstói, Pasternak, Pushkin y de otras obras rusas que conocemos. La transformación que experimentan es integral, muy risueña, y los lectores siguen encantados y asombrados con semejante historia.

Acabo de leer esta novela del escritor mexicano David Toscana que ha ganado el Premio Bienal de Novela que lleva mi nombre, celebrada en Guadalajara, y creo que es uno de los textos más originales publicados en los últimos años. Merece este galardón (no tuve participación alguna en el jurado ni en la decisión, por supuesto, y no me enteré del contenido de la novela hasta que hubo el fallo) y muchos otros.

Como mencioné, la transformación de esos menudos personajes en los grandes e irreverentes personajes rusos es perfecta y está avalada por un humor que se sostiene de la primera página hasta la última de esta novela extraordinaria. Diré, de paso, que el exceso de humor no me ha seducido nunca a pesar de que soy autor de un par de novelas que pretenden hacer uso de él, pero que he leído este libro de Toscana con fascinación y que, desde luego, recomiendo a los lectores más sofisticados y exigentes que tiene la literatura.

Hay que señalar que el humor del autor es complejo, muy profundo, y que la novela posee una característica que, aunque tenga sus orígenes en las novelas y cuentos rusos, presenta unas sutilezas y enrevesamientos muy particulares. Este libro revela que todas las novelas que se han escrito tienen una cierta semejanza, y que lo difícil es descubrirla y montar sobre ella una estructura propia. Toscana lo ha conseguido y por eso El peso de vivir en la Tierra merece tener muchos lectores en nuestro idioma y otras lenguas.

Hay una sutileza que revela un contacto muy estrecho con la literatura rusa. Los juegos de palabras y de obras son siempre inesperados y seductores, y los lectores se llevan sorpresas mayúsculas todo el tiempo. Todavía no acabo de entender del todo los métodos de que se vale el autor para producir las transformaciones que a cada paso nos descolocan y asombran en esta ingeniosa novela. Hay un humor que permite todos los excesos y que no abandona nunca a David Toscana en esta narración. Los personajes cambian de naturaleza, de nombre, y saltan alegremente de la realidad mexicana a una excentricidad rusa, y lo hacen con absoluta naturalidad, acaso lo más difícil y logrado de esta empresa.

Hay, incluso, una estación en el espacio que permite al autor enviar a sus personajes a la luna y a las estrellas, y los diálogos que allí celebran son siempre virtuosos e insólitos. Uno de los aspectos más convincentes de este libro es que en los juegos en los que sus personajes cambian de personalidad, reconocemos sus orígenes humildes. Esos orígenes están presentes en todas sus transformaciones y mudanzas. El humor, al que recurre Toscana constantemente, no es un humor sencillo sino enrevesado y múltiple, pero, aún así, cumple su función, que es despertar la carcajada en los lectores y hacer que celebren los hallazgos.

La novela no es nada tolerante para con los excesos que se cometieron en los períodos tanto de Lenin como de Stalin, en la era soviética. Las acusaciones son feroces y los escribidores no están a salvo de las críticas, pues a menudo colaboran con los implacables justicieros que, en nombre de la Revolución, los mandan a Siberia por varios años. Pero este no es el propósito principal del libro ni mucho menos, porque lo que está en juego, en este texto notable, es, como digo, el humor. Un humor extraño e incandescente que endulza la vida porque, en la filosofía de la novela, ocurren siempre esas transformaciones que convierten a los personajes en sus contrarios o les allanan el camino hacia los encuentros sexuales de los que hay ejemplos numerosos en las páginas de esta historia tan literaria.

Se trata de un libro que, en muchos sentidos, es revolucionario. Por el tratamiento de los personajes, sin duda, pues estos cambian a menudo de nombres y personalidades sin que deje de reconocerlos el lector avezado porque, pese a sus múltiples mudanzas, todos ellos conservan una personalidad bien diferenciada. Y, como lo he mencionado, aunque flota en cada página, la gracia no aminora las críticas, que pueden ser feroces. A pesar de que generalmente terminan con inesperadas mudanzas, no se apartan nunca de las profundidades de la literatura rusa. Aquí aparecen Tolstói, Chéjov, Ana Karenina y Dostoyevski, los personajes del El Don apacible, de Oblómov, a quien vemos recluido en la estación espacial Saliut, desde la que él y sus compañeros contemplan la lejana tierra mientras conversan, a pesar de sus escafandras y vestidos de hierro.

La verdad es que en cada página de este libro hay encuentros inesperados para los lectores, los personajes cambian de identidad y el relato se mueve también dentro de lo trágico y lo risueño, sin que los trastornos nos parezcan descabellados. Pues todos esos saltos están perfectamente adaptados por David Toscana a la realidad inmediata de sus lectores. Digo esto con cierta malicia porque, en este libro excéntrico, los cambios de personalidad y de humor son siempre muy refinados y audaces, al extremo de que un personaje mercenario y repelente puede convertirse súbitamente en un hombre o en una mujer llena de ternura y de solicitud que estalla en lágrimas por las miserias que tiene esta vida. Y, al mismo tiempo, estos conflictos no nos revelan el lado más siniestro de la existencia, sino una ligereza que tiene mucho encanto porque muestra lo sencilla que puede ser la felicidad gracias a un día de sol en el bosque, entre animales benéficos y con amigos entrañables. Tal vez es esto lo más destacable de El peso de vivir en la Tierra, que desmiente la novela, pues ella muestra en sus páginas lo sencilla que es la vida y las buenas relaciones que se pueden establecer entre vecinos y compadres, aunque ejerzan el mismo oficio. No hay en este libro ninguna referencia que mitigue los excesos salvajes que se cometieron en Rusia en los años de Lenin y de Stalin, y, sin embargo, tras el horror, hay una simpatía hacia la vida, en la que el autor encuentra siempre la manera de justificar la existencia, mostrando que esta es hermosa y vale la pena gozarla, aunque ella venga rodeada de energúmenos.

Tal vez sea esto lo más admirable de este libro, que todo está allí, en esas páginas que siempre nos intrigan, los horrores del cautiverio y de la injusticia, y, pese a esta, un resultado que es bienhechor, hecho de una secreta felicidad que hombres y mujeres encuentran siempre en sus existencias. Uno de los aspectos originales de este libro es, justamente, ese juego mediante el cual, en lo más profundo de las tragedias que viven los personajes, hay siempre una luz a la que pueden aferrarse, los encantos risueños de la vida.

Creo que David Toscana ha escrito una de las mejores novelas del idioma e invito a mis lectores a juzgarlo por sí mismos.



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