Jugamos como nunca, perdimos como siempre

Leía los WhatsApp de mis grupos, oía las conversaciones en el mercado y me daba la sensación de que las resacas electorales cada vez se parecen más a las futbolísticas, con sus sentimientos y argumentos irracionales, su sensación de euforia o derrotismo

Partido de fútbol de la Liga Santander entre el FC Barcelona y el Real Madrid en el estadio Camp Nou el pasado19 de marzo.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)

Tengo un amigo al que no le gusta el fútbol. Cuando ve a alguien padecer de futbolitis, cuando un Madrid-Barça arrastra a alguno de nuestros colegas a la cólera o la tristeza, siempre les dice lo mismo: “si total, mañana te vas a levantar a la misma hora, ganen o pierdan”.

Esta semana me he acordado de él y del comentario. No por Vinicius y su caso ―que, por otra parte, ha dejado momentos estelares, como el de Inda comparándolo con Ros...

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Tengo un amigo al que no le gusta el fútbol. Cuando ve a alguien padecer de futbolitis, cuando un Madrid-Barça arrastra a alguno de nuestros colegas a la cólera o la tristeza, siempre les dice lo mismo: “si total, mañana te vas a levantar a la misma hora, ganen o pierdan”.

Esta semana me he acordado de él y del comentario. No por Vinicius y su caso ―que, por otra parte, ha dejado momentos estelares, como el de Inda comparándolo con Rosa Parks, porque uno es facha pero ante todo madridista―, sino por las elecciones. Leía los WhatsApp de mis grupos, oía las conversaciones en el mercado y me daba la sensación de que las resacas electorales cada vez se parecen más a las futbolísticas, con sus sentimientos y argumentos irracionales, su sensación de euforia o derrotismo y sus comentarios exaltados y grandilocuentes.

Por la banda derecha estaban los que celebraban la victoria de su derecha pro-familia, pro-vida y pro-España, esa que aboga por un modelo económico que imposibilita la familia, asfixia cualquier forma de existencia (salvo la de los ricos) y cree en la gobernanza de las multinacionales más que en la soberanía popular. Por la izquierda y cabizbajos, quienes lloraban las penas del PSOE y, sobre todo, de sus muletas. No daban crédito: ¿Cómo podía ser, si este era el Gobierno más progresista de la galaxia?¿Qué había podido ocurrir, si todos sabían que bueno, bien bien a la gente no le iba, pero le habría ido peor con los otros en La Moncloa? ¿Acaso ese insigne tertuliano que hoy pontifica sobre lo que se debería hacer no decía ayer que “el sujeto político revolucionario de nuestros días es Greta Thunberg entrelazando los brazos con una adolescente feminista y una trans de 10 años”? ¿No era un plan sin fisuras convertir en parias de la tierra a las banqueras por mujeres, a los futbolistas millonarios por negros y al padrastro de las Kardashian por trans mientras se desprecia a los hombres heterosexuales porque “son un peñazo”? ¿Cómo es que no ha cuajado convertirse en la filial española del Partido Demócrata yanqui, con su envío de tanques en nombre de la paz incluido?

Algunos enumeraban los logros de Sánchez ―la subida del SMI, la ley de la vivienda, la reformilla laboral―, que en realidad son los de Podemos. Otros se lamentaban de que el marco de la campaña hubiera sido ETA y el pucherazo, porque parece que ven peor que se hable de ello que llevar asesinos en las listas o dejar que Marruecos se compre Melilla. También había quien culpaba a los fachapobres, que es que son gilipollas y votan mal; hay una izquierda que preferiría votar para cambiar al pueblo antes que plantearse que lo que falla son sus élites.

Por eso el lunes sonaban a Di Stefano cuando dijo lo de “jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Por eso prefieren echarle la culpa a la gente por imbécil o al cambio de humor social, que se habría producido por ósmosis, sin mediar la izquierda en nada, antes que pensar que la política se parece cada vez más al fútbol. Y en lo que más se asemeja no es en las pasiones que levanta, sino en que muchos han dejado de interesarse por ella porque, como dice mi amigo, total, al día siguiente van a levantarse a la misma hora. Solo que, a diferencia de en el campo, en el Congreso se deciden las vidas de la mayoría de ellos.

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