LA BRÚJULA EUROPEA

El Reino Unido de Carlos III: hay corona, se busca cuerpo y alma en la zozobra del Brexit

Sunak es un líder más pragmático que Johnson y Truss, pero el país todavía tiene pendiente una reconstrucción y una reconciliación tras el desgarro del referéndum

El rey carlos III, tras su coronación este sábado en Londres. Foto: DAN CHARITY (AP) | Vídeo: EPV

El Reino Unido celebra la coronación de Carlos III. Cuando terminen los festejos, tendrá que regresar a la ardua tarea de hallar el cuerpo y el alma que deben ir debajo de la corona. El terremoto del Brexit emplaza a una gran reconstrucción, y de momento no se vislumbra ni una visión, ni un croquis bien definido y razonablemente compartido de cómo hacerla. Veamos.

Sin duda el país se halla hoy en una situación mejor que hace ...

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El Reino Unido celebra la coronación de Carlos III. Cuando terminen los festejos, tendrá que regresar a la ardua tarea de hallar el cuerpo y el alma que deben ir debajo de la corona. El terremoto del Brexit emplaza a una gran reconstrucción, y de momento no se vislumbra ni una visión, ni un croquis bien definido y razonablemente compartido de cómo hacerla. Veamos.

Sin duda el país se halla hoy en una situación mejor que hace tan solo medio año, con los dramáticos acontecimientos de la muerte de la reina Isabel II, auténtico colágeno nacional, y de la abrupta caída tras ni siquiera dos meses en el poder de Liz Truss, que a su vez había sucedido al excéntrico y muy cuestionable liderazgo de Boris Johnson. Un Reino Unido que, muy lejos del célebre concepto del gobernar las olas, estaba por completo a la merced de ellas, sin ruta de navegación inteligible, sin capitán.

Hoy, la coronación representa un símbolo de continuidad y estabilidad institucional. Y en Downing Street trabaja un primer ministro, Rishi Sunak, que muestra mayores cualidades de competencia, más pragmatismo, que sus antecesores. Dio marcha atrás a los disparatados planes fiscales de Truss, encarriló la crisis con la UE acerca del estatus de Irlanda del Norte, puso un frenazo al radicalismo de tirar por la borda en masa las regulaciones europeas vigentes en el Reino Unido pese a su salida del bloque comunitario. La guerra de Ucrania ayuda a ver que no está el mundo para tontería, y lo lógico —entre democracias europeas— es cooperar. Bruselas claramente ve en Sunak una figura más seria y competente que sus antecesores, y esto allana el camino a soluciones para muchos otros asuntos pendientes, lo que puede estar en el interés de ambas partes. Gibraltar es uno de ellos.

Pero conviene no llamarse a engaños. Comparado con el liderazgo de figuras como Johnson, Truss, Nigel Farage o Jacob Rees-Mogg —cuesta a veces creer que realmente hayan podido tener tanto poder y tanta influencia en una democracia avanzada— Sunak es un paso adelante. Pero está muy lejos de cuajar una visión de futuro para el país con auténtica fuerza tractora, y el electorado, en enorme medida, desconfía del Partido Conservador, como demuestran los resultados de las elecciones locales. Además, si muestra pragmatismo y cierta moderación en algunos aspectos, en materia migratoria Sunak abraza posiciones prácticamente de ultraderecha, y en materia social se le nota un conservadurismo muy profundo. El Partido Laborista, por su parte, parece concentrado en mantener una calculada ambigüedad que no estropee la ventaja electoral que deriva llanamente del desastre tory.

Por otra parte, claro está, a Carlos III no se le ve ni se le espera como una figura que pueda estar a la altura de su predecesora en cuanto a capacidad de funcionar como colágeno de una sociedad con grandes heridas y profundas divisiones. El código para la muerte de Isabel II era “London bridge is down”. Cabe dudar de que Carlos III logre ser un puente como ese, por motivos en parte históricos y en parte personales.

El Reino Unido es un país inmerso en una negativa situación económica, con la peor perspectiva de crecimiento del G-7, con una tasa de inflación disparada y peor que la de muchos de los países comparables, con el mayor declive en el G-7 en cuanto a participación laboral desde que empezó la pandemia, con medio millón menos de personas en el mercado laboral.

Pero, sobre todo, es una nación que debe emprender toda una nueva construcción —y una reconciliación interna— apoyándose en pilares agrietados, envenenados. El Brexit brotó en gran medida de una campaña política tóxica, repleta de insidias, mentiras, maniobras polarizadoras que se han infiltrado en las profundidades de la sociedad británica, que han abierto una gran distancia entre Inglaterra y los otros territorios, entre los jóvenes y los mayores, entre los urbanitas y las periferias. La búsqueda de puntos de encuentro, de una nueva identidad, siempre es difícil, pero más con premisas como esas. ¿Qué tipo de sociedad quiere ser la británica? ¿Qué lugar en el mundo? Los líderes brexiteros tenían muy clara la voladura; no tenían ni idea, como se ha visto de sobra, de qué hacer después.

Por supuesto, el Reino Unido no está solo en esta compleja búsqueda de identidad en tiempos tan difíciles y cambiantes. Otros países sufren tribulaciones parecidas. Y cuántos de nosotros ciudadanos, debajo del gorro, no sabemos del todo bien quienes somos, quienes queremos ser. ¿Han buscado bien últimamente? Nuestra respuesta no está en las pantallas de móviles, ordenadores, ipads o teles. Y la del Reino Unido no está en la coronación. Apuntemos bien la mirada.

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