Vuelven los serenos, vuelve el miedo

Si algo comparten la derecha y la izquierda es el retrato de una sociedad en quiebra y cada vez más violenta, necesitada de vigilantes. Difieren en las causas y en los culpables, pero no en el fondo

Un sereno de Madrid en 1986. Bernardo Pérez

Édouard Frédéric-Dupont fue un caso extremo de supervivencia política. Fue diputado 37 años en cuatro periodos y en tres repúblicas distintas, la tercera, la cuarta y la quinta. Se sentó por primera vez en la Asamblea Nacional de París en 1936 y se levantó por última vez en 1993, dos años antes de morir de viejito. Su apego al escaño era tan vigoroso que fue petainista en la guerra y resistente en la posguerra. Ni el más pertinaz de los gatos tuvo tantas vidas. En su último libro, Una salida honrosa, Éric Vuillard ...

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Édouard Frédéric-Dupont fue un caso extremo de supervivencia política. Fue diputado 37 años en cuatro periodos y en tres repúblicas distintas, la tercera, la cuarta y la quinta. Se sentó por primera vez en la Asamblea Nacional de París en 1936 y se levantó por última vez en 1993, dos años antes de morir de viejito. Su apego al escaño era tan vigoroso que fue petainista en la guerra y resistente en la posguerra. Ni el más pertinaz de los gatos tuvo tantas vidas. En su último libro, Una salida honrosa, Éric Vuillard lo recuerda en los años 50, cuando le llamaban Dupont des Pipelettes, es decir, “de las cotillas”, porque promovió una ley que colocó de porteras a las mujeres de los policías, con lo que no solo contentó a los mal pagados agentes, sino que armó una red eficacísima de espías a su servicio. A las madejas de secretos y secretillos que lio con ella debió su apoltronamiento vitalicio.

Hoy no usaríamos un palabro tan machista como cotilla, pero habría que ir pensando algún sobrenombre para los políticos que rescatan la figura del sereno, pues amenaza con ser una de las propuestas estelares de los programas en esas municipales que se nos vienen encima. Ni un barrio sin sereno, parece ser la consigna, una de las pocas que trascienden la polarización. La propuso Vox en 2019, la ha sacado alguna vez Ciudadanos, la han implantado alcaldes de izquierda, casi todos socialistas (Gijón, Cornellà, Santa Coloma de Gramanet…), y tiene muchos amigos en ese territorio sin ley al oeste del río Pecos donde se retan a duelo Díaz e Iglesias.

Vuelven los serenos porque los políticos azuzan el miedo. Si algo comparten la derecha y la izquierda es el retrato de una sociedad en quiebra y cada vez más violenta, necesitada de vigilantes. Difieren en las causas y en los culpables, pero no en el fondo: que la calle es peligrosa, aunque la estadística demuestre lo contrario. Si la estrategia funciona para los vendedores de alarmas, ¿por qué no va a servir para ganar unas alcaldías? Los mismos votantes que se espantan del autoritarismo policial de China aplauden que sus barrios se llenen de ojos cotillas que saben si han fumado aunque se lo oculten a su pareja o si se meten en el bar cuando dicen que salen a hacer deporte. Los serenos nos protegen de terrores nocturnos imaginarios, para alegría de los Dupont que les garantizan la paga y cuentan con su fidelidad para mantener al electorado en un estado óptimo de histeria.

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