Thunberg contra Tate: a veces ganan los buenos
No siempre basta con llamar la atención para que las jugadas en las redes salgan bien
Twitter cerró 2022 con un final feliz. Andrew Tate, una especie de influencer del machismo, intentó provocar a la activista Greta Thunberg con un tuit en el que le pedía un correo electrónico para enviarle la lista completa de sus 33 coches. ...
Twitter cerró 2022 con un final feliz. Andrew Tate, una especie de influencer del machismo, intentó provocar a la activista Greta Thunberg con un tuit en el que le pedía un correo electrónico para enviarle la lista completa de sus 33 coches. Thunberg le respondió facilitandole una dirección de correo traducible como energíadepenepequeño@búscateunavida.com, lo que hizo que Tate entrara en bucle con un par de respuestas lamentables.
La reacción de Tate al tuit de Thunberg no resulta tan extraña. Cualquier otra persona con un poco de dignidad hubiese cerrado su cuenta, habría cambiado de nombre y se habría mudado a Nueva Zelanda, pero los que viven de la economía de la atención no necesitan “ganar la pelea”; les basta con que se hable de ellos para sacar rendimiento.
A Tate le da igual quedar como “el tonto del año”, como sugiere el dúo cómico Venga Monjas, y no le importa que el exjugador de la NBA Rex Chapman haya recordado que “la magia de Twitter es que te puedes despertar sin saber quién es Andrew Tate e irte a dormir riéndote de su pene pequeño”. Incluso es posible que no le preocupe, aunque le duela, que le hayan comparado con el padre de Milhouse. Lo que de verdad le venía bien era llamar la atención del mayor número de gente posible para llegar a los que aún no le conocían, gracias al poder contagioso de la indignación. Es posible que 999 de cada 1.000 personas que llegaran a su cuenta de Twitter pensaran que su masculinidad de nunchakus parecía una parodia, pero lo que contaba era el número mil, que puede convertirse en un cliente de sus cursos. Es la versión tuitera de la pesca de arrastre.
Lo que nadie esperaba era lo que vino luego: apenas horas después de este enfrentamiento en las redes, la policía rumana entró en la casa de Tate a las afueras de Bucarest, y lo arrestó por su supuesta implicación en una red de tráfico de personas, además de por forzar a mujeres a grabar material pornográfico. Él y otros tres sospechosos se enfrentan a penas de varios años de cárcel.
Si los tuiteros ya estaban contentos con la respuesta de Thunberg, la aguja del schadenfreudómetro se salió de la escala después de esta detención. Sobre todo, cuando se difundió la teoría de que la policía se enteró de que Tate estaba en Bucarest gracias a su vídeo de respuesta a Thunberg, en el que se ven cajas de una cadena de pizzerías del país. Antes de que la policía lo desmintiera, la activista tuvo tiempo de responder que “eso es lo que pasa cuando no reciclas”. El tuit ya es el séptimo con más me gusta en la historia de la plataforma.
El caso de Tate recuerda al de Milo Yiannopoulos, del que muchos afortunados ya se habrán olvidado. Este bloguero fue uno de los columnistas estrella de la extrema derecha estadounidense durante el ascenso de Trump al poder. Cobró notoriedad gracias a titulares como “¿Prefieres que tu hija sea feminista o que tenga cáncer?”. Tanto le rieron las ocurrencias que comenzó a creer que todo lo que decía era graciosísimo, hasta que en una entrevista se le ocurrió defender la pederastia. Y ahí fue cuando los que le aplaudían pasaron a asegurar que no lo conocían de nada. Ahora está casi olvidado y el “casi” es porque en 2019 una diputada de Vox algo desorientada citó sus palabras en la Asamblea de Madrid, y hace poco y durante unos días fue director de la campaña presidencial para 2024 de Kanye West.
Estos finales no nos deben hacer olvidar que Tate, Yiannopoulos y personajes similares viven de provocar y de llamar la atención. Antes de contestarles en Twitter y de darles la notoriedad que no merecen, conviene contar hasta diez o, directamente, cerrar la aplicación un rato. Sobre todo porque casi nadie es tan hábil como Greta Thunberg a la hora de hacer llorar de rabia a hombres supuestamente adultos.