No se puede sobrevivir en un mundo sin humor
Un humor de gueto, restringido a los programas de sátira y a los días autorizados como este, es incapaz de resumir la desesperación mirándola a la cara, como hacen los judíos
Dos ancianos supervivientes de los campos de exterminio bromean sobre el Holocausto. Dios los escucha y les reprende: ¿cómo se atreven a reírse de esa tragedia? Los viejos, desdeñosos, responden: “Tú qué vas a saber, si no estabas allí”. Este chiste judío se recoge en Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur (uno de los mejores libros de 2022, por cierto). Parece que banaliza la catástrofe, pero en verdad la perpetúa y transmite una desesperación de dimensiones cósmicas imposible de expre...
Dos ancianos supervivientes de los campos de exterminio bromean sobre el Holocausto. Dios los escucha y les reprende: ¿cómo se atreven a reírse de esa tragedia? Los viejos, desdeñosos, responden: “Tú qué vas a saber, si no estabas allí”. Este chiste judío se recoge en Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur (uno de los mejores libros de 2022, por cierto). Parece que banaliza la catástrofe, pero en verdad la perpetúa y transmite una desesperación de dimensiones cósmicas imposible de expresar desde la seriedad. Claude Lanzmann necesitó 10 horas para decir en su documental Shoah lo que este chiste narra en cinco segundos.
La Unesco protege como patrimonio inmaterial de la humanidad el rito de pesca de Sanké en Malí o los dibujos en la arena de la isla de Vanuatu, pero no menciona el humor judío, lo cual no debería extrañarnos, pues el humor cada vez se aprecia menos en un mundo de agelastas (que no saben reír). Me dirán que no es cierto, que hay humoristas millonarios, que la comedia es más comercial que el drama y que internet es un cementerio de memes. Hoy, día de los inocentes, España se rinde a la broma y muchos periódicos toman el pelo a sus lectores (suponiendo que no se lo toman a diario). ¿Cómo puedo decir que no hay humor?
Hay mucho humor, sí, pero contenido en su sitio y rotulado, para que no contagie a las cosas nobles. Se acepta si lo hace un gracioso profesional y se presenta en los formatos adecuados —también si se emite desde la militancia, para ridiculizar a los oponentes ideológicos, aunque esa clase de humor vitriólico, que jamás se vuelve contra quien cuenta el chiste, tiene la mecha cortísima—, pero cada vez se entiende menos como una actitud necesaria para relacionarse con el mundo. En una sociedad que valora el humor, este aparece por todas partes y sin avisar, no como una actividad profesional regulada por la seguridad social.
No faltan humoristas, sino personas con humor. Si alguien quiere ser tomado en serio, hablará siempre en serio. No se ganan elecciones ni premios Nobel de literatura con humor. Tampoco se escriben columnas influyentes divertidas ni se protesta contra el cambio climático con chistes. Un humor de gueto, restringido a los programas de sátira y a los días autorizados como este, es incapaz de resumir la desesperación mirándola a la cara, como hace ese chiste del Holocausto. Se puede sobrevivir en un mundo pobre y violento, pero la experiencia judía demuestra que no se puede sobrevivir sin humor.