Bolsonaro fue profeta cuando dijo: “Acabó”. Perdió hasta el Mundial

El presidente de Brasil no solo perdió las elecciones, creyó que iría a recibir la Copa de manos de su amigo Neymar. Pero no.

Un seguidor de Bolsonaro, en una protesta a favor de Bolsonaro, de la libertad y contra la censura este sábado en Brasilia.ADRIANO MACHADO (REUTERS)

Hay palabras que acaban siendo proféticas. Una de ellas en Brasil ha sido la pronunciada por Jair Bolsonaro cuando vio que había perdido las elecciones: “Acabó”. Claro que no se conformó y siguió instigando a sus huestes más extremistas a ir a la calle a protestar, mientras esperaba coronar su salida con el triunfo del Mundial. Brasil perdió la Copa y Bolsonaro tuvo que repetir el “se acabó”. Hasta había pensado en ir a recibir el trofeo del fút...

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Hay palabras que acaban siendo proféticas. Una de ellas en Brasil ha sido la pronunciada por Jair Bolsonaro cuando vio que había perdido las elecciones: “Acabó”. Claro que no se conformó y siguió instigando a sus huestes más extremistas a ir a la calle a protestar, mientras esperaba coronar su salida con el triunfo del Mundial. Brasil perdió la Copa y Bolsonaro tuvo que repetir el “se acabó”. Hasta había pensado en ir a recibir el trofeo del fútbol de manos de su amigo Neymar. No imaginaba que había acabado.

Bolsonaro siguió confiando en los militares, sus amigos, e instigó a los suyos a acampar a la puerta de los cuarteles pidiendo la locura de un golpe militar. No sabía que también en dichos cuarteles había resonado el fatídico “acabó”.

Ni le sirvieron las lágrimas derramadas, tras 20 días de aislamiento y mutismo, ante los militares, como pidiendo compasión y revancha. ¿Se sentía traicionado también por ellos? Lo cierto es que aquellas lágrimas ante el Ejército no parecieron del todo convincentes. Ni necesitó el pañuelo para enjugarlas. Parecieron más bien lágrimas de rabia como diciendo : “¡También vosotros me dejáis!”. Debió volver a sus oídos el fatal “acabó”. Sí, también los militares, a quienes cubrió de privilegios durante su mandato, le abandonaban a su suerte.

Bolsonaro se despepitó para que el Ejército entendiera que con Lula volvía a Brasil el comunismo y que se cerraban definitivamente las puertas a cualquier tentativa de golpe institucional. Sí, el “acabó” apareció para él de nuevo como algo real, en el que no había creído. Y casi lloró de rabia.

Lula ha traído a Brasil un nuevo soplo de esperanza de cambio frente al muro de negacionismo que lo había acongojado y que lo estaba arrastrando hacia el abismo no sólo del hambre sino de un futuro sombrío. Ahora, ya con la nueva realidad democrática que ha amanecido en el país y que le ha consolado de la derrota del Mundial, Bolsonaro tendrá que volver a repetir, con lágrimas o sin ellas, su “acabó”, ya que ha anclado la nave de un tiempo nuevo que ha rescatado al país de la amenaza de un futuro preñado de incógnitas y miedos. Los miedos de volver a los tiempos oscuros de la dictadura militar que tanto acaricia Bolsonaro, el capitán que había sido expulsado del Ejército y que no oculta su amor por la tortura y el fusilamiento de sus enemigos.

Faltan de tres semanas para la toma de posesión de Lula como jefe del Estado. El tiempo que le queda a Bolsonaro para seguir con su rabieta, como los niños caprichosos que quieren el juguete del amigo. Bolsonaro dedicó sus cuatro años de gobierno a intentar robar o quebrar la democracia y la esperanza de este país.

Después de haber pronunciado, seguramente quemándole la lengua, su profético “acabó”, sus lágrimas ante los militares de días atrás, sobre las que tanto se ha especulado en los medios de comunicación, son la mejor profecía de que la tormenta dictatorial que había desencadenado el ultraderechista y machista Bolsonaro podrá aún seguir haciendo escuchar sus truenos. Sí, pero cada vez más lejanos y sin peligro.

Si Bolsonaro fue profeta de sí mismo al proclamar su “acabó”, hoy también el país está para celebrar, a pesar de haber perdido la Copa, la vuelta a su normalidad democrática. Brasil vuelve a contar en el mundo. Volverá a mirarle como esperanza y con el respeto que realmente merece.

Puede parecer un juego de palabras, pero lo cierto, y sin querer hacer fáciles profecías, el sibilino “acabó” de Bolsonaro está para metamorfosearse en un alegre y esperanzado “empezó”. Sí, muere el miedo y las lágrimas de rabia de Bolsonaro se borran con las de alegría de quien se siente liberado de lo que fue sólo una noche de pesadilla.

Brasil vuelve a acariciar su antiguo sueño de ser un “país del futuro” y sobre todo un país en paz, sin que cada desayuno vuelva a ser una amenaza de guerra.

Brasil es un país con muchos defectos, muchos atrasos, mucha violencia, pero que no renuncia a la búsqueda de la felicidad hasta en las cosas más pequeñas. Un amigo mío, trabajador sencillo, que se sentía abrumado con la crisis económica creada por Bolsonaro me dijo esta mañana: “Ahora podremos volver a comprar carne”. Sí, y también y sobre todo dejaremos de respirar miedos y profecías de desgarros democráticos.

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