Por qué no mueren cero mujeres

El machismo trasciende a las edades. La cuestión no se limita a celebrar los logros ya conquistados, sino que se deben detectar los factores que impiden seguir progresando

Manifestación en Málaga contra los crímenes machistas.Daniel Pérez. (efe)

Estábamos un día en casa de un amigo jugando a las cartas cuando una mujer de su familia soltó esta frase delicada: “Las chicas de hoy os quejáis mucho. Yo saqué adelante a mi familia, trabajaba… pero ahora me decís que no estaba empoderada”. Y esa escena me volvió esta semana, mientras preparaba una charla que los socialistas valencianos me invitaron a dar frente al president Ximo Puig por el Día contra la Violencia de Género. Reflexioné sobre cómo influyen esos pensamientos en la lucha feminista contra el negacionismo actual. Y todas las veces llego a la conclusión de que hay una espe...

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Estábamos un día en casa de un amigo jugando a las cartas cuando una mujer de su familia soltó esta frase delicada: “Las chicas de hoy os quejáis mucho. Yo saqué adelante a mi familia, trabajaba… pero ahora me decís que no estaba empoderada”. Y esa escena me volvió esta semana, mientras preparaba una charla que los socialistas valencianos me invitaron a dar frente al president Ximo Puig por el Día contra la Violencia de Género. Reflexioné sobre cómo influyen esos pensamientos en la lucha feminista contra el negacionismo actual. Y todas las veces llego a la conclusión de que hay una especie de silencio, que nadie señala, pero que está latente.

El feminismo no conecta todavía hoy con una parte de la sociedad, y sería autocomplaciente atribuirlo solo al fuelle de la ultraderecha sin asumir un caldo de cultivo previo. Una amiga psicóloga me confirmó que en su consulta aprecia tics generacionales sobre la cuestión de género. Un ejemplo es que aún existen mujeres que se acercan a ese discurso con enorme recelo, como aquella familiar de mi amigo, o hasta en el caso de ciertas jóvenes.

Quizás a algunas les ofende pensar que cuestionamos con altanería su esfuerzo, o despreciamos sus vidas, al enarbolar nuestro afán de avance. Es como si le dijéramos a nuestras abuelas que su existencia no valió nada porque nosotras gozamos de más libertades, mientras que ellas cuidaban del hogar. No se desea lo que no se conoce. Salir del dominio familiar, pese a perpetuar el rol tradicional en su matrimonio, fue para muchas la única forma de empoderarse: esa es la realidad incómoda.

Por otro lado, no debemos obviar la dualidad cegadora que había hace 40 o 50 años entre quienes se sentían libres por llevar la casa o poder salir con minifalda y las que soportaban en silencio el yugo de los golpes en sus casas. En cada sociedad, incluso en la presente, es posible que perviva la idea de progreso frente al rostro del pánico inconfesable. Es el caso de Ana Orantes, asesinada hace 25 años, nada menos que en 1997.

Así que ese cóctel difuso delata en parte por qué algunos hombres o hasta mujeres por encima de los 45 años no entienden hoy que algunas mujeres contemporáneas perciban amenazas en sus derechos. Al compararlo con su contexto familiar de entonces, concluyen que ellas pueden en la actualidad llevar sus vidas emancipadas y cada vez más chicos están criados en otros roles.

Aunque quizás en esa apariencia de “total avance” esté la paradoja. En pleno siglo XXI hay jóvenes reproduciendo esquemas de control, de desprecio o misoginia, ya sea por el auge de la pornografía, las redes o un creciente sentimiento de impunidad cuando están en grupo. Mi amiga psicóloga resaltó que muchos pacientes en la veintena le describían conductas en sus grupos que jamás escuchó a los de 40 años, por ejemplo, a la hora de ligar.

Aparece de nuevo la paradoja del progreso, de esas dos velocidades. Se aprecia ahora entre las mujeres que llegan ya a ser directoras de sus empresas o disponen hoy de servicios públicos para pedir ayuda ante el maltrato, mientras que otras siguen siendo brutalmente violadas. El mundo virtual ha traído nuevas formas de acoso que necesitan pedagogía para ser detectadas, mientras también se ha roto la idea de que solo existe un prototipo de víctima o agresor.

Pero si algo podemos aprender del pasado es que el avance puede convivir con el horror mediante otras caras. La lucha de hoy no es tanto contra el tabú de hace 40 años sino contra la banalización de la propia violencia hacia las mujeres o la inconsciencia ante sus nuevas formas. “Por eso hay que contarlo en programas que no sean solo de política, porque igual llegan a más gente. En muchos sitios creen todavía que la violencia es solo una paliza”, me mensajeó mi madre de 60 años mientras veía la charla en internet.

Y es que a veces preguntarse por qué no morían cero mujeres hace 30 años nos conecta con la reflexión sobre por qué seguimos trabajando porque no haya ni una más asesinada. Quizás el problema sea obviar que el machismo también trasciende a las edades, y esto no va solo de celebrar los logros ya conquistados generacionalmente, sino de detectar los factores que impiden seguir progresando o sus actuales caras. Y así, “hasta que sean cero”, el lema de la jornada en Valencia: Cero asesinadas, cero violadas.

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