El insólito bumerán de Bolsonaro

La estrategia de llamar la atención a cualquier costo empezó a cobrarle factura al bolsonarismo, que en la recta final de la campaña ha tenido que enfrentar dos reveses causados por el presidente y sus aliados

Un hombre señala la patrulla de la Policía Federal dañado por las granadas y los disparos afuera de la casa en la que se atrincheraba el político bolsonarista Roberto Jefferson, el 23 de octubre.BRUNA PRADO (AP)

El 6 de septiembre de 2018, un mes antes de las elecciones anteriores, la población y gran parte de la izquierda brasileña se vieron sorprendidos por un atentado contra el candidato de derecha que lideraba las encuestas, Jair Bolsonaro. Vencedor de esa elección, Bolsonaro terminó creando alrededor de su cúpula —formada por militares, evangélicos y neoconservadores, extremistas de derecha y, por supuesto, sus hijos—, una especie de estereotipo de una nueva derecha. La imagen respecto del presidente y su círculo cercano mutó gradualmente de “un grupo que sería incompetente para gobernar el país”...

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El 6 de septiembre de 2018, un mes antes de las elecciones anteriores, la población y gran parte de la izquierda brasileña se vieron sorprendidos por un atentado contra el candidato de derecha que lideraba las encuestas, Jair Bolsonaro. Vencedor de esa elección, Bolsonaro terminó creando alrededor de su cúpula —formada por militares, evangélicos y neoconservadores, extremistas de derecha y, por supuesto, sus hijos—, una especie de estereotipo de una nueva derecha. La imagen respecto del presidente y su círculo cercano mutó gradualmente de “un grupo que sería incompetente para gobernar el país” a “un grupo que manipuló la política en Brasil a su antojo, con un repertorio inédito de fake news”.

Apoyada en una mezcla del método de hacer política de Steve Bannon con el condimento personal del clan Bolsonaro, esta extrema derecha sembró noticias falsas con la misma rapidez con la que creó crisis, siempre con el nombre del presidente en foco, siempre bajo el precepto de que no importa que se hable bien o se hable mal: lo que importa es que se hable de él. La repetición fue reduciendo los hechos y las denuncias a simples relatos; negó la ciencia, despreció la mediación de las universidades, promovió un medicamento inútil como la cloroquina y pretendió imponer normas de moralidad y costumbres bajo las cuales los niños vestían de azul, las niñas de rosa, y el presidente podía defender abiertamente su supuesta potencia sexual delante de las familias en las fiestas patrias. Pero, recientemente, su campaña se vio afectada con una de las frases de su repertorio recuperada de un vídeo de 2021, donde dijo que “había un ambiente de ligue” al hablar con niñas venezolanas de 14 años refugiadas en la capital federal.

Tras el escándalo generado por las declaraciones de Bolsonaro en un video del año pasado, otro episodio reciente ha dejado expuestas las debilidades que implica la estrategia de llamar la atención a cualquier costo: un episodio marcado por la misoginia y la violencia que ocurrió una semana antes de la segunda vuelta. El domingo pasado, uno de los principales aliados de Bolsonaro, el excongresista Roberto Jefferson, bajo arresto domiciliario por movilizar milicias digitales contra la democracia, utilizó las redes sociales para criticar de forma insultante a la jueza de la Corte Suprema Carmen Lucía. Aun estando condenado, el excongresista infringió la ley y acosó a la magistrada llamándola prostituta en un vídeo que se difundió rápidamente. El ministro Alexandre de Moraes ordenó entonces que Jefferson abandonara el arresto domiciliario y fuera llevado a prisión.

La agresión abierta del excongresista pretendía orientar el debate electoral a la censura que, para los bolsonaristas, operan los jueces. Jefferson quiso dar un espectáculo como mártir perseguido por la justicia pero, finalmente, solo dejó al rey desnudo. Cuando llegaron los equipos policiales para detenerlo, el exdiputado abrió fuego contra los agentes y se lanzaron tres granadas no letales modificadas con clavos alrededor. Los disparos y la metralla acertaron a la primera patrulla y alcanzaron a un comisario y a una agente. El comisario quedó con fragmentos de metal en el cráneo; la agente, con trozos de granada en la cadera, heridas en el rostro y en el muslo. Esta puesta en escena de una supuesta resistencia resultó no ser más que una escenificación de violencia gratuita.

Las acciones de Jefferson dejaron al gobierno atónito y a la campaña sin rumbo definido. El presidente Bolsonaro declaró que no tenía fotos con el diputado y la prensa casi reservó un álbum de imágenes para contradecirlo, exhibiendo el fuerte vínculo que había entre ambos. Además, Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente, fue ayudante de Jefferson cuando tenía 18 años. Para tratar de mostrar cierto control de la situación, Bolsonaro afirmó que quien dispara a un policía es un bandido y que él había ordenado la detención de su aliado, cuando la orden en realidad provino del ministro de Justicia Alexandre de Moraes. Mientras tanto, fuera de la residencia parlamentaria, un camarógrafo fue golpeado por partidarios de Bolsonaro. El episodio afectó a la imagen de la Policía Federal, que tuvo que esperar una llamada del ministro de Justicia y ver cómo el lugarteniente de Jefferson, el ortodoxo sacerdote Kelmon, negociaba la rendición del congresista.

Al exponer la violencia fuera del discurso, Jefferson reveló los esquemas de la extrema derecha liderada por Bolsonaro. Los periódicos con un mínimo compromiso con la democracia impregnaron sus páginas de críticas al bolsonarismo y al odio inculcado por Jefferson. El episodio no sólo muestra que el Gobierno, cuya base es militarista, no es tan eficiente para controlar todo como pretende aparentar. Incluso porque la guerra está hecha de fricción, como nos muestra Clausewitz, y el reino de la política se encuentra entre la pasión, las apariencias, los errores y la suerte, como nos enseña Maquiavelo. Incluso la diosa fortuna parece haber respondido a los ataques misóginos de Jefferson, dejando al descubierto ante los policías y el público en general la demagogia extremista. La fortuna le sonríe ahora a Lula: el sondeo de opinión de Datafolha publicado el jueves mostraba que la ventaja del expresidente había aumentado en un punto porcentual, tres días antes de las elecciones.

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