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Tengo un tipo fumándose un Camel dentro de mi cabeza. Lleva cuatro días instalado ahí, pero no soy yo el que lo ha puesto

Humo de un cigarrillo.Chadchai Ra-ngubpai (Getty Images)

Tengo un tipo fumándose un Camel dentro de mi cabeza. Lleva cuatro días instalado ahí, pero no soy yo el que lo ha puesto. Surgió de súbito, como esas musiquillas que nos persiguen a lo largo de una o dos jornadas. El tipo tiene unos 40 años y lleva traje y corbata. Aparece medio sentado en un taburete alto y apoya los brazos en la barra de un bar que tampoco reconozco. Fuma con elegancia, elevando el brazo izquierdo en un gesto ritual y parsimonioso cada vez que se lleva el cigarrillo a los labios. Cuando vuelvo mi mirada interna hacia él, ha consumido un tercio cuya ceniza se arquea ligerame...

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Tengo un tipo fumándose un Camel dentro de mi cabeza. Lleva cuatro días instalado ahí, pero no soy yo el que lo ha puesto. Surgió de súbito, como esas musiquillas que nos persiguen a lo largo de una o dos jornadas. El tipo tiene unos 40 años y lleva traje y corbata. Aparece medio sentado en un taburete alto y apoya los brazos en la barra de un bar que tampoco reconozco. Fuma con elegancia, elevando el brazo izquierdo en un gesto ritual y parsimonioso cada vez que se lleva el cigarrillo a los labios. Cuando vuelvo mi mirada interna hacia él, ha consumido un tercio cuya ceniza se arquea ligeramente sin llegar a caer. Se trata de una ceniza muy aristocrática.

He intentado comunicarme telepáticamente con el intruso para averiguar de dónde viene y cuánto tiempo piensa quedarse instalado en mi cabeza. Pero se limita a mirarme al tiempo de expulsar delicadamente el humo por la boca. A veces arquea interrogativamente las cejas, como preguntándome, o preguntándose, quién soy yo para urgirle a que se vaya. Da por hecho que mi cabeza es suya y que permanecerá en ella el tiempo que considere necesario. Tal vez, pienso, se vaya cuando se le acabe el cigarrillo, aunque su brasa, como ya he dicho, parece detenida en ese punto donde el pitillo, sin haberse calentado demasiado, arrastra los aromas y sabores de la parte consumida. Quiero decir que se halla en el mejor momento. Cuando yo era fumador, siempre soñaba con alcanzar ese instante único y fantaseaba con la posibilidad de que no se acabara jamás.

Esta mañana, después del café, he exhalado sorpresivamente, al respirar, una porción del humo del Marlboro que se está fumando el individuo ahí arriba, en mi cabeza. He de decir que me ha gustado mucho y que he solicitado telepáticamente al desconocido que siga valiéndose de mis vías respiratorias para lo que guste.

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