Brasil necesita ser dirigido por una persona que haya pasado hambre
Así como Lula ya demostró que es posible acabar con el hambre, un nuevo Gobierno petista puede profundizar nuestra democracia
En estas elecciones, cuando 33 millones de personas pasan hambre todos los días en Brasil, habría que repetir la frase de Carolina Maria de Jesus en Quarto de despejo: diário de uma favelada: “Brasil necesita ser gobernado por una persona que haya pasado hambre”. En 2014, después de dos mandatos del presidente Lula, el año en que Dilma Rousseff fue reelegida, Brasil salió finalmente del mapa del hambre. En 2022, seis años después del golpe de Estado que destituyó al PT del gobierno federal y dio paso a que un militar ocupara la p...
En estas elecciones, cuando 33 millones de personas pasan hambre todos los días en Brasil, habría que repetir la frase de Carolina Maria de Jesus en Quarto de despejo: diário de uma favelada: “Brasil necesita ser gobernado por una persona que haya pasado hambre”. En 2014, después de dos mandatos del presidente Lula, el año en que Dilma Rousseff fue reelegida, Brasil salió finalmente del mapa del hambre. En 2022, seis años después del golpe de Estado que destituyó al PT del gobierno federal y dio paso a que un militar ocupara la presidencia de la república, Brasil vuelve a estar en el mapa. Y mientras la gente se pelea por los huesos para alimentarse de proteínas, nosotros iremos a las urnas, en una segunda vuelta, el próximo domingo 30 de octubre.
Como se ha dicho y repetido, lo que está en disputa no son dos proyectos distintos de país, sino la propia democracia. Más allá de que Jair Bolsonaro busca el apoyo de las urnas para controlar el Poder Judicial y reafirmar su dominio sobre el Congreso, concentrando el poder en sí mismo, la garantía de los derechos constitucionales de los brasileños —incluido el derecho a la alimentación— no serán una prioridad en la agenda política durante al menos otros cuatro años. Quienes desean vivir en un país democrático y entienden que el gobierno debe ejecutar políticas que garanticen los derechos de toda la población no tienen una elección muy difícil. Lo difícil es admitir que el 43,2% de los que votaron el pasado 2 de octubre, en la primera vuelta, eligieron a Jair Bolsonaro y su política de muerte.
A lo largo de esta última semana de campaña electoral, el objetivo del amplio frente democrático liderado por Lula ha sido convencer al aproximadamente 8% que votó por Tebet, Ciro y otros candidatos, más el 21% del electorado que no acudió a las urnas, para que vote 13 el próximo domingo. Hay actos públicos, panfletos, “carrinhatas” de madres y bebés y mucha charla en las calles; llamadas telefónicas a conocidos y familiares lejanos; una plétora de memes, listas, imágenes y vídeos en las redes.
Con cada post promocionado que aparece en el timeline pienso en cuánto dinero están ganando las grandes tecnológicas con nuestro intento de disputa democrática. No me cabe duda de que —en cualquier escenario— son los que más ganan. Pero este es un tema difícil y no da vuelta una votación. Hasta el domingo hay que intentar influir, a pesar de los algoritmos, y donar lo que se pueda a la campaña de Lula para hacer frente a la desinformación que los bolsonaristas pagan para impulsar. “¡Quien paga los gastos de las elecciones es el pueblo!”, había advertido también Carolina María de Jesús en Cuarto de despejo.
Con la esperanza de que ganemos, después de pagar esta factura, necesitamos construir espacios democráticos de debate en Brasil, tanto en los medios de comunicación hegemónicos tradicionales como en la comunicación popular, comunitaria y periférica, y retomar también las posibilidades que ofrece Internet, actualmente reducidas a los jardines amurallados de las redes sociales. No es un sueño estructurar plataformas que fomenten la polifonía de voces negras, indígenas, femeninas, de clases populares: puede ser una política pública.
Así como Lula ya demostró que es posible acabar con el hambre en Brasil, un nuevo gobierno petista puede profundizar nuestra democracia, garantizando todos los derechos constitucionales a toda la población brasileña. Creo que los jóvenes negros podrán ir y venir sin el riesgo de ser exterminados, que las niñas y las mujeres podrán vestir lo que quieran sin la amenaza de que los abusadores alucinen con que “había un ambiente de ligue”, que los pueblos indígenas y quilombolas tendrán sus tierras demarcadas, que se garantizará la libertad de culto a los candomblecistas y a los cristianos. Creo que cuidaremos nuestra memoria para no repetir nunca más la esclavitud, la tortura y el espacio para el fascismo. Creo que acabaremos con el racismo, el machismo, la fobia contra la comunidad LGBTQIA+ y las desigualdades de clase. Creo incluso que, finalmente, sabremos quién mandó a matar a Marielle.