La mujer y el ayatolá

La movilización en Irán en favor de la libertad de las mujeres desafía la persecución y los asesinatos del régimen islamista

La escaladora iraní Elnaz Rekabi compitiendo sin ocultar su cabello.RHEA KANG (AFP)

La participación de la escaladora iraní Elnaz Rekabi en una competición internacional celebrada en Corea del Sur, sin cubrirse el cabello con el velo que exige a las mujeres el régimen de los ayatolás, ha intensificado las protestas contra un régimen despótico. Está muy vivo aún el recuerdo del asesinato en una comisaría de Teherán de la joven Mahsa Amini, hace cinco semanas, tras ser detenida por la Policía Moral porque llevaba el velo mal puesto. La obligación de cubrir el pelo dentro del país y fuera rige desde 1983 como una expresión más de la represión incondicional de la mujer bajo el ré...

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La participación de la escaladora iraní Elnaz Rekabi en una competición internacional celebrada en Corea del Sur, sin cubrirse el cabello con el velo que exige a las mujeres el régimen de los ayatolás, ha intensificado las protestas contra un régimen despótico. Está muy vivo aún el recuerdo del asesinato en una comisaría de Teherán de la joven Mahsa Amini, hace cinco semanas, tras ser detenida por la Policía Moral porque llevaba el velo mal puesto. La obligación de cubrir el pelo dentro del país y fuera rige desde 1983 como una expresión más de la represión incondicional de la mujer bajo el régimen iraní. Las manifestaciones desatadas han seguido siendo violentamente reprimidas y hasta el momento, según Amnistía Internacional, han fallecido 108 personas —entre ellas 23 menores de entre 11 y 17 años—, se han producido miles de detenciones y los heridos temen acudir no solo a hospitales sino a las mismas farmacias. Los registros de los Guardianes de la Revolución, el brazo paramilitar sobre el que se apoya el régimen, a la búsqueda de opositores son sistemáticos e impunes.

Las circunstancias del caso Rekabi van mucho más allá del momento de la competición. Trasladada a la Embajada de Irán en Seúl tras su actuación, y previa confiscación del pasaporte y el teléfono móvil, después de dos días sin que se supiera su paradero, aterrizó escoltada en la noche del miércoles en el aeropuerto de Teherán. Tras excusarse por lo sucedido —lo describió como un olvido sin intención— fue llevada a un lugar que no fue comunicado a su familia. Cientos de personas acudieron de madrugada a corearla al aeropuerto, desafiando el riesgo de ser detenidas. Teherán busca evitar que la deportista se convierta en un símbolo de las masivas protestas impulsadas y protagonizadas por las mujeres. Pero la hoguera será difícil de sofocar. Este jueves un grupo de figuras iraníes del deporte, en activo y retiradas, pidieron por carta a la FIFA la expulsión de la selección del Mundial de Catar como medida de presión contra el régimen.

El ensañamiento de los regímenes totalitarios —sucedió también algo muy parecido recientemente con la tenista china Peng Shuai— con quienes los desafían no es una novedad. El protagonismo de las mujeres en su doble lucha —contra la ausencia de libertades y contra la opresión abierta a sus derechos— convierte al feminismo en la vanguardia de la batalla contra un autoritarismo que vulnera flagrantemente los derechos humanos desde cualquier punto de vista y merece ser respaldado sin paliativos por la comunidad internacional. Regímenes como el de Irán empiezan a descubrir que el mayor desafío contra el poder aplastante de los ayatolás no procede de una amenaza externa, sino del testimonio de una mujer sin el cabello cubierto, símbolo de la valentía de muchas otras que se juegan la libertad y la vida cada día.


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