Los candidatos a la presidencia de Brasil siguen sin presentar un programa de renovación

Lo que se ha visto en la campaña es un triste y vulgar rosario de acusaciones de bajo calibre entre Lula y Bolsonaro

Los candidatos Luiz Inacio Lula da Silva y Jair Bolsonaro asisten a un debate presidencial antes de la segunda vuelta electoral, en São Paulo (Brasil), el 16 de octubre de 2022.MARIANA GREIF (REUTERS)

A pocos días de las elecciones presidenciales, las más polémicas y con mayores incógnitas desde los tiempos de la dictadura, los brasileños siguen sin saber qué piensa hacer con el país el que acabe vencedor: el actual presidente, Jair Bolsonaro, o el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Ninguno de los dos candidatos que se disputan la jefatura del Estado han presentado un programa concreto ni en los temas económicos ni en los sociales, ambos cruciales en este momento.

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A pocos días de las elecciones presidenciales, las más polémicas y con mayores incógnitas desde los tiempos de la dictadura, los brasileños siguen sin saber qué piensa hacer con el país el que acabe vencedor: el actual presidente, Jair Bolsonaro, o el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Ninguno de los dos candidatos que se disputan la jefatura del Estado han presentado un programa concreto ni en los temas económicos ni en los sociales, ambos cruciales en este momento.

El presidente Bolsonaro lo tiene difícil porque en estos cuatro años de Gobierno ha hecho justamente todo lo contrario de lo que había prometido para elegirse, y ha perdido el tiempo con amenazas de dar un golpe de Estado. Había prometido acabar con la llamada “vieja política” conservadora y corrupta y ha acabado apoyándose en lo más rancio del Congreso entregándose a él y a sus prácticas en cuerpo y alma. Había prometido una política económica liberal con la promesa de privatizar las empresas estatales, empezando por Petrobrás. Había prometido al mundo del dinero reducir al mínimo el Estado y ha sido al revés.

Había prometido acabar con la lacra de la corrupción política que según él había sido obra de la izquierda de Lula, y acabó apareciendo que él y toda su familia parecen involucrados, al igual que varios ministros de su Gobierno en escándalos de corrupción.

Y ahora para reelegirse, el presidente está usando los métodos de la vieja política que él condenaba gastando millones de dinero público para financiar su candidatura. Y a pesar de ello sus votantes siguen sin saber qué haría y qué cambiaría de su desastroso Gobierno de cuatro años. Toda su fuerza la está poniendo en que con él no volverán al poder los “odiosos y satánicos” comunistas, que además existen solo en su fantasía.

A su vez, también su contrincante en el pleito, Lula da Silva, que esta vez se presenta como líder de un abanico de formaciones políticas que van desde la izquierda a la derecha no fascista, sigue a pocos días de las elecciones sin presentar un programa concreto de Gobierno alegando que él ya gobernó por dos veces y todos conocen lo que él hizo. Lo que ocurre es que desde entonces a hoy no solo Brasil sino la política mundial ha cambiado y han surgido nuevos problemas que exigen nuevas soluciones, que ninguno de los dos favoritos ha presentado hasta hoy.

Y es esa ambigüedad y recato en presentar a la opinión pública por ambas partes un programa concreto y detallado que haga frente a los problemas inéditos lo que el país está viviendo, sobre todo en el campo de la economía ensanchando los horizontes no solo de la pobreza que abraza a mitad de la población sino del hambre y de la miseria.

Y, al mismo tiempo, ninguno propone cómo poner freno al infierno de odio desencadenado por la política de extrema derecha que está dividiendo a las mismas familias, que ha exacerbado una criminalidad que ya era grave y ha hecho que, según un sondeo de Datafolha de días atrás, el 75% de los jóvenes se plantee dejar su país si pudiera.

Hasta ahora, lo que se ha visto en la campaña es un triste y vulgar rosario de acusaciones mutuas de bajo calibre, de acusaciones con sabor a cloaca, que se lanzan ambos candidatos como satanismo, canibalismo, masonería, y últimamente hasta pedofilia, mientras desde los grandes empresarios hasta los millones de desempleados esperan que les digan cómo van a combatir la grave crisis económica y el clima de violencia física y moral que se ha desencadenado en el país.

Quizás por ello son muy esperados los últimos debates televisivos antes de las elecciones que enfrentarán a ambos candidatos, ya que podrían acabar moviendo las fichas de los millones de electores que aún no han decidido a quién votar. Y ello justamente porque ninguno de los candidatos ha puesto sobre la mesa, sin ambages ni ambigüedades, qué pretenden hacer para que este gran país vuelva a su normalidad democrática, recupere su confianza en sí mismo y arranque de raíz la cizaña del odio, del desempleo y hasta del hambre que lo azota.

Pronto se sabrá si el resultado de las elecciones mantendrá al país en el clima actual de miedo, de desesperanza y de incógnitas sin resolver o le devolverá la esperanza de poder volver a espejarse como el país del futuro, cuando se decía que “Dios era brasileño”. Ahora lo que a Brasil le sobra son demonios y desesperanza. ¿O estará llegando el milagro del domingo de resurrección?

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