Mélenchon o cómo deslegitimar el feminismo en un tuit

En tiempos de Melonis y de regresión conservadora generalizada, el líder izquierdista divide a los suyos al apoyar a un diputado que pegó a su mujer

El líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, y el diputado Adrien Quatennens, en una fotografía de archivo de marzo de 2022, en la Asamblea Nacional en París (Francia).Francois Mori (AP)

Jean-Luc Mélenchon no es precisamente el arquetipo de la delicadeza en política. Conocido por su carácter impulsivo, las estruendosas salidas de tono del líder de La Francia Insumisa (LFI) suelen ser memorables y provocar en el seno de su partido sentimientos dispares, de la admiración hacia una forma de valentía y rebeldía frente al poder establecido hasta la vergüenza más absoluta frente a lo que muchas veces se considera pura demagogia. Sin embargo, en ...

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Jean-Luc Mélenchon no es precisamente el arquetipo de la delicadeza en política. Conocido por su carácter impulsivo, las estruendosas salidas de tono del líder de La Francia Insumisa (LFI) suelen ser memorables y provocar en el seno de su partido sentimientos dispares, de la admiración hacia una forma de valentía y rebeldía frente al poder establecido hasta la vergüenza más absoluta frente a lo que muchas veces se considera pura demagogia. Sin embargo, en una formación donde el apoyo incondicional al jefe siempre ha sido la norma suprema, los sentimientos encontrados de sus miembros no solían trascender al debate público. Los insumisos hablaban con una sola voz. Unidos en la lucha y en la comunicación. Hasta que un tuit, el pasado 18 de septiembre, rompió en mil pedazos la sagrada disciplina colectiva del partido.

Ese día, Mélenchon expresó en la red social su apoyo al diputado Adrien Quatennens, quien reconoció haber dado una bofetada a su mujer en el marco de “un divorcio complicado”. Un gesto violento que ella señaló en una comisaría y que la policía filtró al semanal satírico Le Canard Enchaîné, provocando una ola de indignación descomunal al tratarse de un dirigente cuyo partido ha hecho de la lucha contra la violencia de género uno de sus emblemas. “La malevolencia de la policía, el voyeurismo de los medios de comunicación y las redes sociales se han inmiscuido en el conflictivo divorcio de Adrien y Céline Quatennens. Adrien ha decidido asumir toda la responsabilidad. Celebro su dignidad y su valor. Le expreso mi confianza y afecto”, escribió el político.

Más allá de la incredulidad que provoca el léxico empleado por el insumiso para calificar a su delfín (“dignidad”, “valor”), y la “invisibilidad gramatical”, como apuntó el periodista Clément Viktorovitch, en la que deja a la víctima, choca que un dirigente de su relevancia haya decidido cargarse con un solo tuit el capital político de su formación en materia de violencia machista. Menos entendible aún es la deslegitimación implícita, a través de sus palabras, de una lucha, la feminista, que ya tiene suficientes enemigos como para que la torpedee la propia izquierda. Así lo recalcó la escritora y militante Caroline de Haas en la red social recordando al dirigente el carácter normativo de la palabra pública y su peligrosidad cuando esta banaliza o invisibiliza la violencia de género basándose en lo afectivo, lo personal, en ese reflejo desgraciadamente tan común en política de protegerse entre unos y otros. “La violencia en la pareja es intolerable, sean cuales sean los conflictos existentes. Expreso mi apoyo a Céline. Tomo nota de las disculpas de Adrien y de su retirada del movimiento. Mi apoyo a las mujeres víctimas, en todo el mundo”, escribió De Haas en Twitter, reproduciendo la reacción que, a su juicio, debería haber tenido Mélenchon frente al caso. “Gracias, Caroline. No parecía tan complicado”, reaccionó una usuaria en sintonía con la indignación casi unánime en la red social.

Mientras Mélenchon y sus más fieles lugartenientes debatían a diestra y siniestra sobre si un hombre que abofetea a una mujer es intrínsecamente violento o no, enfocando el debate en la “necesidad” de graduar y jerarquizar los actos en cuestión para evitar crear “tribunales populares”, las jóvenes figuras del partido decidieron por primera vez distanciarse de este discurso y huir de cualquier tipo de justificación. De los 75 diputados que tiene LFI, solo dos han retuiteado el mensaje del líder supremo e incluso que algunos se han atrevido a expresar abiertamente su descontento, como el diputado Andy Kerbrat, de 31 años: “Todo mi apoyo a Céline #Quatennens, ¡las violencias sexuales y sexistas son intolerables en cualquier caso! Y hay que combatirlas tanto en la sociedad como en nuestros movimientos”, tuiteó.

En Francia, solo un 4% de la población dice confiar plenamente en los partidos políticos para luchar contra la violencia de género, según una reciente encuesta del instituto Ifop. Un dato que no sorprende en un país en el que los casos de violencia sexual dentro de la clase política se cuentan por decenas. En tiempos de Melonis y de backlash (regresión conservadora) generalizado, la ejemplaridad política y la defensa sin tapujos de la igualdad de género son fundamentales. Y esto, el líder de los insumisos lo sabe. Ahora solo falta que lo ponga en práctica si, como escribe la revista Marianne, no quiere ver su partido estrellarse contra un muro llamado MeToo.

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