Los tres retos de Lula frente a las elecciones brasileñas
Brasil se halla doblemente enfermo con la bacteria del odio, inoculada por un líder que no tiene escrúpulos en decirse amigo y admirador de los torturadores y verdugos de la dictadura
Faltan diez días para las elecciones presidenciales de Brasil que no dejarán de tener un fuerte peso en el resto del continente latinoamericano y más allá. No se trata esta vez de una competición más de rutina. Como acaba de indicar el Nóbel de la paz, Pérez Esquivel: “No es Bolsonaro y Lula, es fascismo o democracia”.
Si gana Lula,...
Faltan diez días para las elecciones presidenciales de Brasil que no dejarán de tener un fuerte peso en el resto del continente latinoamericano y más allá. No se trata esta vez de una competición más de rutina. Como acaba de indicar el Nóbel de la paz, Pérez Esquivel: “No es Bolsonaro y Lula, es fascismo o democracia”.
Si gana Lula, según indican los sondeos más solventes, su faena será más ardua, si cabe, que cuando ganó la primera vez, pues necesitará antes de nada limpiar los escombros de un país arrasado por el bolsonarismo, que lo ha desarticulado y envenenado. Llevo 22 años analizando este país y nunca lo ví tan asediado por el peligro de una intentona de guerra civil, dado el calado de odio que Bolsonaro ha conseguido inyectar en todos los extractos de la sociedad. Al mismo tiempo, el líder de la extrema derecha neofascista no va a ser capaz, con su espíritu destructivo, de morir como el Sansón bíblico junto con los filisteos. Al final es más cobarde y confiesa que a veces llora a solas encerrado en el retrete para que no le vea su mujer.
Sus alardes públicos y soeces de potencia sexual, que acaba de repetir en Londres, suenan a las bravatas de bar de periferia y ya no hacen gracias a nadie; parecen más un truco para esconder su vacío humano, político e intelectual.
Un presidente cuyo gobierno dejó morir a casi 700.000 personas en la pandemia no sólo sin un atisbo de compasión sino hasta imitando chistosamente a los que morían axfisiados por la falta de oxígeno que les fue negado, corrió a Londres, sin que nadie le invitara, a rendir honor al cadáver de la Reina en un claro gesto de campaña electoral.
No será fácil para quien sustituya a la actual extrema derecha —como bien informó nuestra corresponsal Naiara Galarraga— reconstruir tantas ruinas económicas, sociales y morales, ya que el país acaba su turbulento periplo político quebrado en lo mejor de su idiosincrasia. Brasil también queda infestado con la otra pandemia: la del odio y la desilusión frente a un futuro incierto, sobretodo de los más jóvenes. Según una encuesta de Datafolha, el 60% de esos jóvenes se irían hoy si pudieran al extranjero.
Es una cifra doblemente triste si se piensa que en los gobiernos anteriores de Lula da Silva ocurría lo contrario. Eran los jóvenes europeos quienes ponían los ojos en el apellidado país de las oportunidades, del futuro y de la búsqueda de la felicidad y la alegría. Hoy Brasil es un país no sólo triste, sino también enfurruñado y con miedo, donde es difícil confiar hasta del vecino. Es un país donde en vez de regalarse libros se regalan fusiles y revólveres, siguiendo las consignas del presidente que intenta enseñar con sus dedos de la mano a los niños el arte de disparar un arma.
Si Brasil en sus contradicciones atávicas fue siempre un país amenazado por la violencia de los caciques, agravada por una esclavitud que fue la última que terminó en el mundo, hoy se halla doblemente enfermo con la bacteria del odio, inoculada por un líder que no tiene escrúpulos en decirse amigo y admirador de los torturadores y verdugos de la dictadura, ni de esconder su desprecio y frialdad por los más débiles.
De no haber sorpresa de última hora, Lula podrá presidir por tercera vez los destinos de este país, sin contar que también los seis años de gobierno de Dilma Rousseff se deben a él, que la aupó al poder.
El exsindicalista y creador del Partido de los Trabajadores (PT), la mayor organización política de izquierdas de América Latina, tendrá que enfrentarse, sin embargo, con tres retos no pequeños. El primero es que su gobierno, apoyado por una docena de partidos que van desde la extrema izquierda al centro y a la derecha no fascista, no podrá ser visto como un gobierno del PT, sino más bien de centro, lo que le crea el primer problema dentro de su partido, el más estructurado de todas las otras formaciones políticas.
Ya se habla de que si Lula vence las elecciones no será esta vez un gobierno de izquierdas, ya que tendrá que repartir el poder entre todas las fuerzas que lo arropan. Se habla, lo que halaga a los empresarios y hombres de la bolsa, de que Enrique Meirelles, que ya fue ministro del Banco Mundial, un liberal que acaba de anunciar su voto a Lula, podrá ser parte de su gobierno.
El hecho de que Lula deba repartir el poder entre sus aliados ha generado cierto malestar y preocupación entre los miembros del PT, que tendrán que asimilar esta distribución entre quienes no sólo no son de izquierdas, sino que fueron enemigos acérrimos de ella, como es el caso del conservador y miembro del Opus Dei, Geraldo Alckmin, escogido por Lula como vicepresidente y a quien ya derrotó en otras elecciones.
Un tercer reto, no menor, será recomponer la maltrecha democracia brasileña, porque la nueva derecha fascista a la que Bolsonaro le ha dado cobijo seguirá en pié. Todo ello anima a ir a las urnas a quienes siguen apostando por la luz de la democracia contra los negros crespones del autoritarismo y del más rancio machismo. Van con la esperanza de recuperar la alegría perdida de una sociedad que ama la vida hasta en las periferias más pobres y que hoy suponen seis millones de familias. En esos conglomerados sofocados por el fuego cruzado del tráfico de drogas y por la impune violencia policial siguen vivas las brasas de la cultura y del arte, mezcladas con la indomable esperanza de redención.
El escritor Zuenir Ventura explica en su libro “Río, la ciudad partida” que los jóvenes de esos guetos de las favelas se divierten y arriesgan su vida conscientes de que la violencia no les permitirá llegar a adultos. Es significativo que, según las encuestas, ellos esta vez votarán más que nunca por Lula.