Desolación en Malí
Urge elaborar una estrategia efectiva y viable contra la expansión de la violencia yihadista en una zona fundamental para la seguridad europea
La impunidad con que actúan los grupos terroristas islamistas, una violenta e inestable situación política interna y el haberse convertido en una pieza importante en la pugna entre Rusia y Occidente han hecho de Malí el epicentro de la desoladora crisis que atraviesa el Sahel. A la presencia importante de Al Qaeda y el Estado Islámico, especialmente en el norte del país, hay que sumar una miríada de grupos asociados más pequeños, cuya actuación ha provocado e...
La impunidad con que actúan los grupos terroristas islamistas, una violenta e inestable situación política interna y el haberse convertido en una pieza importante en la pugna entre Rusia y Occidente han hecho de Malí el epicentro de la desoladora crisis que atraviesa el Sahel. A la presencia importante de Al Qaeda y el Estado Islámico, especialmente en el norte del país, hay que sumar una miríada de grupos asociados más pequeños, cuya actuación ha provocado el terror de decenas de miles de malienses que se han visto obligados a huir.
La crisis actual viene cifrada por las ONG en torno a unas 370.000 personas desplazadas de sus casas sobre una población de dos millones. Pero estos refugiados no encuentran en su destino un panorama mucho más tranquilizador. Además de los grupos islamistas, actúan otros de carácter étnico, inmersos en un endiablado juego de alianzas cambiantes frente a las cuales el Estado —que ha vivido dos golpes de Estado en 2020 y 2021— se demuestra repetidamente ineficaz. Y a esto hay que sumar la sangrienta intervención de los sicarios rusos del grupo extremista Wagner, que fueron llamados por el jefe de la junta militar que dirige el país, el coronel Assimi Goïta. El grupo Wagner es señalado por su colaboración en algunas matanzas, como la de Moura, perpetrada entre el 27 y el 31 de marzo de este año y en la que murieron alrededor de 300 personas. Human Rights Watch calificó la matanza en un extenso informe como “la peor atrocidad” cometida en el conflicto de Malí.
La catastrófica situación se ha precipitado tras la ruptura entre París y Bamako, iniciada tras el golpe de 2020 que depuso al presidente Ibrahim Keita y las críticas francesas a la estrategia de lucha contra el yihadismo del nuevo Gobierno de Malí. Las discrepancias crecieron después por una política maliense de acercamiento a Rusia en temas de seguridad y de aceptación de la ayuda ofrecida por Moscú. Así, a principios de este año y tras una década combatiendo sobre el terreno al yihadismo, Francia inició la retirada de sus tropas, que culminó en agosto, mientras anunciaba la redefinición de su estrategia en el Sahel. Su salida provocó la drástica disminución de la misión europea de entrenamiento del Ejército maliense —en la que participaba España desde su creación en 2013—, cuyo mandato está prorrogado por el Consejo de la UE hasta mayo de 2024.
En este contexto se está produciendo un alarmante aumento de control del territorio por parte del yihadismo, que se extiende ya a Burkina Faso —donde también gobierna una junta militar golpista— y amenaza a toda la región. Se trata de una zona fundamental para la seguridad europea y urge la elaboración de una estrategia efectiva y viable contra la expansión de la violencia yihadista. Ignorar el empeoramiento de una situación ya de por sí muy grave en el flanco sur no debería estar entre las opciones razonables.