De seres menstruantes y personas eyaculantes
La falta de capacidad, voluntad, o lo que sea, para definir la palabra mujer está generalizándose sobre todo desde posiciones de la izquierda posmoderna nacida en Estados Unidos y ha sido adoptada en estos lares
Mujer, define el Diccionario de la lengua española (DLE), es “persona del sexo femenino”. Nos lo enseñan —o nos lo enseñaban— desde niños en el colegio y al poco nos decían que sexo era —y sigo con el DLE—: “Condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas”, relacionado, claro está, con los órganos sexuales del sujeto o la sujeto en cuestión.
Una diría que era fácil, es fácil, en realidad, distinguir y definir a mujeres y a hombres aplicando la biología. Pues parece que no lo es tanto, o que su uso, o su no uso, obedece a razones que nada tienen que ver co...
Mujer, define el Diccionario de la lengua española (DLE), es “persona del sexo femenino”. Nos lo enseñan —o nos lo enseñaban— desde niños en el colegio y al poco nos decían que sexo era —y sigo con el DLE—: “Condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas”, relacionado, claro está, con los órganos sexuales del sujeto o la sujeto en cuestión.
Una diría que era fácil, es fácil, en realidad, distinguir y definir a mujeres y a hombres aplicando la biología. Pues parece que no lo es tanto, o que su uso, o su no uso, obedece a razones que nada tienen que ver con la ciencia, y mucho con la “religión de lo sentido” que ha tenido a bien inventarse un lenguaje inclusivo en el que se borra la palabra mujer.
Los ejemplos se suceden a diario.
El pasado 13 de julio, a Fatima Goss Graves, Presidenta del National Women’s Law Center, durante una audiencia en el Congreso estadounidense, le pidieron que definiera la palabra mujer: “Lo que le digo es que yo soy una mujer, así me identifico, pero me pregunto si quizás la razón por la que usted me pregunta eso es que usted está sugiriendo que la gente que no se identifica como mujer no...”.
No pudo ni acabar.
¿Una mujer, que trabaja para defender los derechos de las mujeres, que no sabe a quién va dirigido su trabajo?
“Yo esperaba que usted se refiriera a lo que nos enseñan en biología en la escuela elemental, algo sobre los cromosomas masculino y femenino, pero veo que no”, le insistía el senador republicano.
Pero es que parece que esa falta de capacidad, voluntad, o lo que sea, para definir la palabra mujer está generalizándose sobre todo desde posiciones de la izquierda posmoderna nacida en Estados Unidos y ha sido adoptada en estos lares.
Y ¿a qué obedece? Fácil, a esa pátina de corrección política que ha impuesto todo lo relacionado con lo trans que, sin dudarlo, se ha dispuesto a sustituir la palabra mujer por eufemismos de neolengua posmoderna: “personas gestantes”, “personas que menstrúan”, “leche humana”, “persona embarazada”, “cuerpos con vagina”, “úteros portantes”, “progenitor que da a luz”…
¿Motivo?
Que los hombres se sientan incluidos, aplicando la doctrina queer.
Parece mentira que nos hayamos sumado a ese totalitarismo intolerante hasta negar la biología y evitar la palabra mujer. Es como el terraplanismo, pero peor, pues los terraplanistas si miran a su alrededor pueden creer que la Tierra es plana, pero los totalitaristas queer niegan incluso que su visión cercana está plagada de mujeres.
Y así, vivimos utilizando un lenguaje políticamente correcto al que se han sumado, no se sabe si por miedo, o intereses, académicos progresistas, profesionales sanitarios, activistas buenistas, organizaciones de libertades civiles, partidos políticos situados, dicen, a la izquierda, organizaciones médicas que trabajan por negar a las mujeres su humanidad, reduciéndolas a estereotipos de género…
Continuamos con los ejemplos. Hay varios. Dispónganse a sorprenderse.
Stonewall, una organización social inglesa centrada en la defensa de personas trans, emitió un comunicado dirigido a aquellas empresas que desearan seguir formando parte de su listado de empresas inclusivas advirtiéndoles que deberían sustituir la palabra “madre” por “progenitor que dio a luz”. Ni que decir tiene que se dieron de baja unas cuantas, incapaces de asumir la tontuna.
La secta que borra la palabra mujer existe en muchos países: En el Congreso chileno se aprobó reemplazar la palabra “mujer” por “persona menstruante”. En Australia los investigadores de género de ANU (Universidad Nacional Australiana) sugieren cambiar los términos “madre”, “padre” para que sean más inclusivos, por “progenitores”. Sands UK, una organización benéfica de muertes neonatales, evitó decir “madres” en un tuit, y en su lugar escribió “padres biológicos”, provocando que numerosas mujeres, y madres en duelo se indignaran. Femcare, con sede en Canadá, una empresa que presume de ser “líder mundial en emprendimiento de políticas menstruales” al vivir en el bucle de la irrealidad acaba tropezando consigo misma y escribieron un tuit en el que se refirieron a las mujeres embarazadas como “menstruadoras”, a pesar de que, precisamente durante el embarazo, las mujeres no menstrúan. Hasta The Lancet, la prestigiosa revista médica, habla de las mujeres como “cuerpos con vaginas”, pero mantiene, claro, su referencia a los hombres y el cáncer de próstata, o una conocida marca de tampones, para no ser acusada de tránsfoba acabó por anunciar tampones no binarios, eliminando el símbolo de Venus en sus envases para hacerlos transinclusivos.
Suma y siguen los despropósitos.
Alguien intentará contraargumentarme apelando a los derechos de las personas trans, pero es que no logro entender qué derecho se le sustrae a una persona trans eliminando la palabra mujer.
Lo que no deja de ser sorprendente, llegados a este punto, es que las palabras varón y niño no molesten y nunca se pase a utilizar “peneportante” o “personas eyaculantes”, lo que hace pensar de nuevo en el poder del patriarcado.
¿El intento oculto tras todo esto? Invisibilizarnos. ¿Cómo vamos a reivindicar derechos para las mujeres si ni siquiera nos nombran?
Pues se equivocan, aquí seguiremos. Existiendo y reivindicando derechos.