Dios es humor

La fetua de Jomeini fue una advertencia a los musulmanes ante la globalización: nada de mezclas y confusiones

Acto en solidaridad con Salman Rushdie organizado por un grupo de escritores en Nueva York, el pasado viernes.SARAH YENESEL (EFE)

En Joseph Anton, su libro memorialístico, Salman Rushdie se confiesa fascinado “por el impactante relato de Arthur Clarke, titulado Los nueve mil millones de nombres de Dios, acerca de un mundo que toca a su fin plácidamente en cuanto se cumpla su finalidad secreta: elaborar la lista de todos los nombres de Dios, llevada a cabo por unos cuantos monjes budistas provistos de un superordenador”. ¿Cabe alguna duda de que un repertorio de tal tamaño galáctico no estará lleno de denominaciones blasfemas?

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En Joseph Anton, su libro memorialístico, Salman Rushdie se confiesa fascinado “por el impactante relato de Arthur Clarke, titulado Los nueve mil millones de nombres de Dios, acerca de un mundo que toca a su fin plácidamente en cuanto se cumpla su finalidad secreta: elaborar la lista de todos los nombres de Dios, llevada a cabo por unos cuantos monjes budistas provistos de un superordenador”. ¿Cabe alguna duda de que un repertorio de tal tamaño galáctico no estará lleno de denominaciones blasfemas?

El ayatolá Jomeini, al igual que su sucesor el ayatola Jamenei, y al contrario que Rushdie (y que su padre, según nos cuenta en su autobiografía), son personajes estrechamente vinculados al poder de la religión y escasamente atraídos por la idea de Dios, sobre todo por la idea de que Dios pueda ser una idea fascinante y no un ídolo con el que golpear en la cabeza de los seres humanos indóciles. Es de sobra conocido el sentido de la fetua lanzada hace 33 años por el líder supremo de la revolución islámica contra Rushdie como autor de Los versos satánicos. Fue un gesto político y una reivindicación de su autoridad en la competencia por la hegemonía entre las distintas ramas del fanatismo islámico.

El fundamento era lo de menos. Bastaba una excusa y la proporcionaba la identificación por parte del orientalismo británico de unos versos descartados de la versión definitiva del Corán como inspirados por el diablo, una blasfemia insoportable para la fe del carbonero y para quienes la manejan y manipulan. Era, además, una advertencia clerical a los creyentes musulmanes en el momento en que se abrían las puertas de la globalización, las migraciones y la cultura y la comunicación planetarias. Nada de mezclas y confusiones: la irreverencia y la apostasía se pagarán con la muerte. Al Qaeda y Estado Islámico han demostrado luego su aplicación como alumnos sobresalientes de esta sangrienta lección jomeinista.

A la vista de lo sucedido, Jomeini se quedó corto. Motivos para la condena los hay en todos los libros de Rushdie. La fetua, como si fuera un Premio Nobel, debiera premiar a la obra completa, e indirectamente a todos quienes leemos a Rushdie, le admiramos y le agradecemos su obra y su actitud cívica. Su acierto, basado en la más negra y fanática de las ignorancias, no puede ser más espectacular. De entrada, no ha conseguido su objetivo: Rushdie está vivo y seguirá escribiendo. Pero sus libros se venden como nunca. Y por si no bastaban sus dotes de narrador, los clérigos criminales han contribuido a la posteridad de su obra. Junto a sus enormes cualidades literarias, han hecho de Rushdie un símbolo que va más allá de la literatura.

Escribe como Dios, con la libertad y la desenvoltura de los dioses. Eso es lo que es insoportable para los clérigos nihilistas. Dios es irreverencia. Dios es libertad. Dios es humor.


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