Esclavos de la actualidad
Hemos dado por bueno este modelo de consumo de información y quizás ha llegado el momento de una pequeña reflexión al respecto
Vivimos en la era de la indigestión informativa. Somos incapaces de procesar el tsunami de noticias que nos llega por un sinfín de canales diferentes e impacta en el teléfono móvil que llevamos con nosotros día y noche. Si a ello añadimos la confluencia de acontecimientos extraordinarios e inquietantes con la que sobrevivimos este verano —crisis energética, inflación, olas de calor y pavorosos incendios—, lo que afrontamos no es sólo un empacho de actualidad, sino un serio desafío a nuestro equilibrio emocional. Exponernos a este festival de malas noticias nos hace, básicamente, más infelices....
Vivimos en la era de la indigestión informativa. Somos incapaces de procesar el tsunami de noticias que nos llega por un sinfín de canales diferentes e impacta en el teléfono móvil que llevamos con nosotros día y noche. Si a ello añadimos la confluencia de acontecimientos extraordinarios e inquietantes con la que sobrevivimos este verano —crisis energética, inflación, olas de calor y pavorosos incendios—, lo que afrontamos no es sólo un empacho de actualidad, sino un serio desafío a nuestro equilibrio emocional. Exponernos a este festival de malas noticias nos hace, básicamente, más infelices. Hemos dado por bueno este modelo de consumo de información y quizás ha llegado el momento de una pequeña reflexión al respecto.
Las redes sociales han desempeñado un papel fundamental en la consolidación de este modelo del frenesí informativo. Según datos proporcionados por el Reuters Institute en su informe 2022 Digital News Report, “el 56% de los españoles se informa principalmente a través de sus cuentas de Facebook, WhatsApp, Twitter y YouTube”. Eso significa que, sin intervención por nuestra parte, podemos recibir información (o desinformación) las 24 horas del día. Y tenemos la opción de convertirnos en sujetos activos de ese proceso cuando comentamos la noticia, la compartimos con los grupos de amigos o damos al botón de “me gusta”. Y esto es, exactamente, lo que se espera de nosotros: una respuesta alimentada desde la emoción a falta de tiempo para dar una pensada a lo que acabamos de ver o leer.
El filósofo coreano Byung-Chul Han ha analizado en un somero e instructivo ensayo, Infocracia (Taurus, 2022), los rudimentos y consecuencias de este engranaje en el que, a su modo de ver, nos vamos dejando grandes dosis de libertad individual y colectiva.
Escribe Han que “la crisis de la democracia empieza en el plano cognitivo. La información tiene un intervalo de actualidad muy reducido. Carece de estabilidad temporal porque vive del atractivo de la sorpresa. Debido a su inestabilidad temporal, fragmenta la percepción. Arrastra la realidad a un permanente torbellino de actualidad. Es imposible detenerse en la información. Esto deja al sistema cognitivo en estado de inquietud. La necesidad de aceleración inherente a la información reprime las prácticas cognitivas que consumen tiempo, como el saber, la experiencia y el conocimiento”.
En la era de la infodemia y las redes sociales no pensamos porque no nos da tiempo, tan solo reaccionamos. Nuestras cuentas acaban convertidas en sumideros de información servida por el algoritmo en función de nuestras preferencias y sesgos ideológicos. Una atalaya individual y personalizada porque, en las redes sociales, no hay dos cuentas iguales. Ese aislamiento es un peligro para los individuos, aunque ellos no se den cuenta. Byung-Chul Han afirma que “la gente no está vigilada sino entretenida. No está reprimida sino que se vuelve adicta”.
Si estamos peor informados y somos más infelices cuando no podemos evitar consultar el móvil a todas horas, quizás convendría cambiar algo en estas rutinas. Adaptar a la era digital algunos de los buenos hábitos del pasado cuando la información era finita y accesible sólo a ciertas horas. Racionar la información y limitar los momentos del día para informarnos. Y, mientras tanto, cerrar las redes. O apagar el móvil.