La política soy yo

El presidente andaluz busca la reelección como solista relegando las siglas del PP. Tal vez la apuesta de Moreno Bonilla sea acertada, pero no eleva en nada la imagen de los partidos

El presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, el día 5 en la feria de Sevilla.PACO PUENTES (EL PAÍS)

Moreno Bonilla ha anunciado que va a presentarse a la reelección como presidente de la Junta de Andalucía como solista electoral, es decir, desprendiéndose de las siglas de su partido. Según él, un voto más personal puede atraer a electores que no se atreverían a votar al PP. Así, no habrá visitas de barones populares al territorio andaluz durante la campaña, ...

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Moreno Bonilla ha anunciado que va a presentarse a la reelección como presidente de la Junta de Andalucía como solista electoral, es decir, desprendiéndose de las siglas de su partido. Según él, un voto más personal puede atraer a electores que no se atreverían a votar al PP. Así, no habrá visitas de barones populares al territorio andaluz durante la campaña, aunque sí aceptarán la presencia del líder nacional. Moreno Bonilla no quiere las siglas ni el aparato, sino pleno protagonismo para su figura, que estrangula el cordón umbilical con el partido en aras de la supervivencia política. Lo que sorprende del líder andaluz no es que repita una estrategia que ya aplicó Feijóo en Galicia, sino que la verbalice con tanta claridad.

En todo caso, es una fórmula electoral repetida, pues en las elecciones regionales que acaban de celebrarse en el Estado alemán de Schleswig-Holstein, el candidato de la CDU decidió ir por libre en la campaña sin apenas contar con Friedrich Merz, líder nacional de su partido, en un intento por apostar el voto a su tirón personal. No le ha ido mal. Sus apoyos han aumentado en más de 10 puntos respecto a las elecciones anteriores.

Sin embargo, esconder al partido para maximizar votos no deja de ser un gesto extraño, una forma de juego político adulterado. Al fin y al cabo, en las siglas se condensa la historia del partido, sus aciertos y errores en el Gobierno y en la oposición. Y de todo ello los ciudadanos extraemos una información fundamental, una brújula para guiar nuestro voto. La reputación que se concentra en las siglas de los partidos les convierte en actores más previsibles: de los errores y aciertos del pasado, los votantes imaginamos lo que vendrá, predecimos lo que harán los candidatos a los que apoyamos cuando lleguen al poder. Sin las siglas nos quedamos con la personalidad del político, su talante, sus promesas durante la campaña, quizás también algo de reputación si acumula experiencia en el Gobierno. Pero en ausencia de los anclajes de partido es más fácil que los ciudadanos acabemos haciendo más una apuesta que una ratificación de nuestro apoyo.

Entonces, si los partidos representan una buena guía para los votantes y otorgan previsibilidad a las candidaturas, ¿por qué un candidato preferirá ser solista a dejarse acompañar por una banda con un repertorio conocido? La primera razón la ha dado el propio Moreno Bonilla. Se trata de ganar votos. Sin la reputación y carga ideológica que acompañan a las siglas, los contornos programáticos se difuminan y con ello aumenta el atractivo entre grupos de votantes más amplios. Esa es la transversalidad que los políticos solistas buscan para sus apoyos.

La segunda razón es que los políticos se desprenden de su marca no tanto por sus virtudes como líderes, sino más bien por el demérito de sus formaciones. Al desligarse de las siglas se están seguramente desprendiendo de un pasado que se ha convertido en un lastre. En el caso de Moreno Bonilla, la distancia se mide respecto a los acontecimientos en Castilla y León y el liderazgo de Casado. No obstante, la devaluación de la marca va más allá de las circunstancias concretas de cada formación y tiene que ver con que los partidos, en general, se han convertido en actores desprestigiados. Son organizaciones a las que les cuesta ganarse la confianza de la opinión pública, a pesar de que una gran mayoría de ciudadanos crea que son fundamentales en democracia. En España, la confianza en los partidos no ha recuperado los niveles previos a la crisis de 2008 y, en general, la imagen de los partidos tradicionales se ha deteriorado por el azote del discurso populista sobre las élites y el cuestionamiento de su papel en las democracias representativas. Si Moreno Bonilla cree que muchos lo votarían a él, pero no al PP, quizás deba preguntarse qué explica ese desajuste entre la confianza que se arroga entre los votantes andaluces y la que suscita el PP entre esos mismos electores.

Por último, los políticos pueden preferir competir sin partido porque la marca electoral de sus formaciones ya no aporta tanta previsibilidad sobre lo que harán mientras están en el Gobierno. En un contexto político cambiante y con un sistema político más fragmentado, el historial de los partidos es menos útil para inferir lo que harán si llegan al poder. Para los candidatos sirve de poco reivindicar cómo su partido resolvió los dilemas del pasado si estos tienen poco que ver con los del presente o si el entorno político donde deben resolverlos es completamente distinto.

El candidato que se presenta a las elecciones escondiendo la marca de su formación reivindica la confianza de los electores con el mensaje “la política soy yo”. Jugárselo al atractivo personal del líder puede ser exitoso electoralmente, pero en nada ayuda para elevar la imagen de los partidos. Sin contornos ideológicos definidos, votaremos a estos candidatos sin partido con más esperanza que capacidad de predicción. Esperanza de que la bruma ideológica de la campaña, una vez en el Gobierno, se despeje con políticas que no se alejen demasiado de lo que deseamos.

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