La invencible primera persona del plural

La UE puede ser, en clave federal interna y en clave confederal externa, motor de una reformulación del nosotros occidental

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, el pasado martes en París.CHRISTIAN HARTMANN (AP)

“Already know I, I wanna know we” (“ya conozco el yo, quiero conocer el nosotros”), se escucha en una canción del álbum recién publicado por la banda Arcade Fire. Aunque concebida en clave intimista, la frase resuena especialmente adecuada para el tiempo que vivimos en Europa. Es el caso de Finlandia, y muy probablemente ...

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“Already know I, I wanna know we” (“ya conozco el yo, quiero conocer el nosotros”), se escucha en una canción del álbum recién publicado por la banda Arcade Fire. Aunque concebida en clave intimista, la frase resuena especialmente adecuada para el tiempo que vivimos en Europa. Es el caso de Finlandia, y muy probablemente Suecia, que, después de amplios periodos históricos asentados en distintos matices de los conceptos de neutralidad y no alineación, parecen encaminarse a la definitiva, completa incorporación al nosotros occidental con la adhesión a la OTAN.

Pero hay mucho más. Como es notorio, Ucrania, Georgia, Moldavia y media docena de países de los Balcanes occidentales desean en gran medida —aunque cada una con sus circunstancias y distintas intensidades— la adhesión a ese nosotros occidental, en forma de UE, OTAN o ambas. Saben lo que es estar solos —conocen bien el yo— y también pertenecer a un nosotros sin democracia. Quieren conocer, adherirse, al nosotros democrático.

El camino de integración de estos países en las estructuras de la UE y la OTAN es complejo, y en algunos casos tan arduo que es realmente inconcebible a corto y medio plazo. Esto plantea un grave dilema: dejarlos sustancialmente en la intemperie o admitirlos en inadecuadas condiciones de preparación en clubes con estándares exigentes que no deberían aguarse.

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Para superarlo, Emmanuel Macron ha planteado esta semana en un discurso ante el Parlamento Europeo una propuesta interesante, la de una confederación europea, una entidad política diferente de la UE, que podría permitir afianzar lazos con países externos a la Unión más fuertes que los que actualmente se construyen a través de las políticas de vecindad, pero que no lleguen hasta la amplitud de elementos que supone una adhesión.

El presidente francés apuntó posibles ámbitos de desarrollo de esta nueva entidad: “Esta nueva organización europea permitiría a las naciones europeas democráticas que se adhieren a nuestro conjunto de valores encontrar un nuevo espacio de cooperación política, de seguridad, de cooperación en materia de energía, de transporte, de inversiones, de infraestructuras y de circulación de personas, especialmente de nuestros jóvenes”. La idea es inteligente. Es preciso explorar con urgencia las posibilidades de esta tercera vía entre semiparálisis y membresía de pleno derecho.

He aquí pues un importante camino de reformulación de la primera persona del plural occidental. Un camino que se suma a la necesaria evolución interna de las estructuras existentes de la UE: el federalismo pragmático y basado en valores del que habló Mario Draghi como brújula para reformar la UE, abriéndose a una reforma de los tratados. Una semana después, Macron avaló esa disposición a la reforma de los textos fundamentales incidiendo, como el italiano, en la necesidad de reducir las materias sometidas a unanimidad, avance que es la clave de bóveda de esa larga marcha federalista. El Gobierno alemán tiene en su pacto de coalición una clara referencia a su adhesión a esa visión federal.

Entre la clave federal interna y la confederal externa, y con la sensación de una importante convergencia política en las principales capitales, parecemos dirigirnos hacia cambios importantes. En ellos habrá que mantener un sano realismo acerca de la situación global y una nítida conciencia del valor de ese nosotros.

Realismo con respecto a que, más allá de las potencias antagónicas, Occidente afronta un sentimiento de desconfianza muy extendido en el mundo, en parte por graves errores históricos; ha habido y hay divisiones internas, y falta de voluntad o capacidad para enderezar serios problemas. Pero conviene no olvidar la conciencia de la naturaleza auténticamente formidable de lo construido en estas décadas. La UE es una admirable fuente de paz, derecho y prosperidad fundada en una asombrosa confluencia de naciones sin parangón en la historia. La OTAN es una alianza defensiva que aglutina más de un 40% del PIB mundial y más de la mitad del gasto militar global. Junto con socios muy estrechos como Japón, Australia o Corea del Sur se configura un nosotros de rasgos impresionantes.

Se puede ser muy felices solos en la vida. Pero las uniones bien perfiladas y basadas en valores compartidos y el respeto de derechos y libertades tienen un inigualado potencial para ser manantiales de fuerza y progreso. No es un caso que ni China ni Rusia dispongan de alianzas ni siquiera remotamente comparables. Los valores son el colágeno diferencial. Vivimos un tiempo de cambios profundos y rápidos. Toca reconfigurar nuestra primera persona del plural para adaptarla a este tiempo, fieles a esos valores. Desde la conciencia de sus fallos, y de sus asombrosos logros y fortalezas.

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