Escepticismo justificado

El Kremlin merece escasa credibilidad en su anuncio de que se concentrará en la ocupación definitiva del Donbás

Un soldado ucranio porta la bandera de su país mientras habla con un compañero durante el funeral por el sargento Kostiantyn Deriuhin, muerto en la ofensiva rusa, el domingo en el cementerio de Lychakiv, en Lviv.ALKIS KONSTANTINIDIS (REUTERS)

Hay muy pocos motivos para creer que los ejércitos de Putin vayan a concentrarse en la ocupación de la región entera de Donbás, tal como declaró el viernes un portavoz del Estado Mayor ruso. Son tan pocos que escasas horas después del anuncio, Rusia bombardeó el Oeste, en la ciudad de Lviv, cerca de la frontera...

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Hay muy pocos motivos para creer que los ejércitos de Putin vayan a concentrarse en la ocupación de la región entera de Donbás, tal como declaró el viernes un portavoz del Estado Mayor ruso. Son tan pocos que escasas horas después del anuncio, Rusia bombardeó el Oeste, en la ciudad de Lviv, cerca de la frontera con Polonia. La palabra del Kremlin ha perdido su posible valor desde hace mucho tiempo. Es notable también que no haya sido el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, quien haya dado las explicaciones. Es uno de los tres máximos responsables de la llave del maletín nuclear ruso, pero solo se le ha visto en las últimas semanas arrinconado y lejos de Putin en una reunión.

Existen pocas dudas sobre el fracaso de la estrategia militar de Rusia en el primer mes de invasión. El Kremlin apenas ha conseguido ninguno de sus objetivos reales y, en vez de desmilitarizar Ucrania, ha logrado lo contrario: movilizar al país entero, suscitar el aprovisionamiento internacional a través de la UE y activar la cobertura del flanco oriental de la OTAN. Sus ejércitos han demostrado sobradamente su capacidad de bombardear escuelas, teatros, hospitales, viviendas e infraestructuras civiles, uso de armas prohibidas e incluso secuestros y desplazamientos de población. Tras este primer mes de guerra, hay muy pocas dudas y múltiples pruebas acumuladas sobre la calificación del delito de crimen de agresión —el mismo que llevó a los procesos de Núremberg y de Tokio— que merece Putin ante un tribunal internacional. También sus ministros militares y comandantes merecen ser encausados, e incluso no está descartada la imputación por crímenes de guerra y genocidio, como podría deducirse de las diatribas antiucranias del propio Putin, que no reconoce la existencia del país y niega a sus ciudadanos el derecho a la vida.

Ucrania sufre ahora una salvaje guerra de desgaste que castiga ante todo a los ciudadanos, paraliza su economía, vacía las ciudades y deja tras de sí un balance de muerte y sufrimiento. Esta es la fase actual, en la que Putin resuelve las dificultades con el método expeditivo de la destrucción sistemática de las ciudades, que probablemente aplicará ahora en Donbás. No se puede descartar que estas declaraciones sean una nueva maniobra de distracción, acompañada de una nueva ofensiva generalizada. Pero también podría ser el anuncio maquillado de una incipiente retirada, ojalá. Aunque será mejor que los ucranios y sus aliados mantengan la guardia alta ante un agresor ampliamente experimentado en la mentira, las verdades paralelas y la tergiversación.

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