La represión digital de Putin

La guerra híbrida mantiene engañada a la propia población rusa

Dos policías rusos detienen a un manifestante contra la guerra en Ucrania, el pasado día 6 en Moscú.YURI KOCHETKOV (EFE)

Hay toda una rama de la Sociología y la Antropología centrada en la investigación de la represión política. Su objetivo es identificar las causas y consecuencias de las acciones gubernamentales dedicadas a someter el activismo, la protesta y la movilización social. El foco, como es natural, se ha desplazado en nuestros días a las redes digitales, donde no solo el activismo, sino también su represión, campan a sus anchas por tub...

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Hay toda una rama de la Sociología y la Antropología centrada en la investigación de la represión política. Su objetivo es identificar las causas y consecuencias de las acciones gubernamentales dedicadas a someter el activismo, la protesta y la movilización social. El foco, como es natural, se ha desplazado en nuestros días a las redes digitales, donde no solo el activismo, sino también su represión, campan a sus anchas por tuberías subterráneas de desinformación tóxica. En plena guerra híbrida en Ucrania, los expertos acaban de poner al día sus conclusiones, y merece la pena echarles un vistazo.

El término guerra híbrida designa la suma de una acción militar convencional y un ataque cibernético, bombas y bytes igual a destrucción máxima, un gran logro del intelecto humano. Lo cierto es que Vladímir Putin no ha tenido mucho éxito internacional en la parte cibernética de la guerra híbrida, con las grandes redes sociales cerrando las cuentas de sus acólitos y sus bots y los gobiernos occidentales cada vez más sensibilizados contra la desinformación emanada del oso euroasiático. Los grandes consumidores de basura informativa son ahora sus propios ciudadanos. Tras los cierres de medios, la censura y la ideología dictada a los periódicos desde el Kremlin, no queda una sola fuente fiable en el país. Pero ¿y las redes? ¿No son inmunes por naturaleza a la persecución del Estado?

No. Más de 190 investigaciones recientes muestran que las policías locales, las empresas y hasta algunos milmillonarios, rusos o de otras partes, han ejercido una fuerte represión digital sobre sus propios ciudadanos, y aquí digital no significa virtual, porque la mejor forma de librarse de un bloguero fastidioso no es boicotear su cuenta, sino detenerle directamente. Las herramientas digitales del represor también incluyen grandes facilidades para la vigilancia permanente de un opositor, la infiltración en su organización o su inactivación. En el fondo son técnicas seculares, acaso milenarias, para defender al emperador de sus propios súbditos, solo que ahora se han inflado de esteroides con las redes sociales.

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China y Rusia no se limitan a bloquear las webs críticas —hacerlo requiere un montón de vigilancia y filtrado manual de datos—, sino que usan en paralelo la técnica complementaria de hacer tragar sus mensajes progubernamentales vestidos de seda y organdí. Los mismos canales que te dan contenidos sobre Eurovisión o la última pasarela de moda te conducen de paso a la desinformación oficial. Si no puedes acallarlos, adelántales por la derecha con tu esplendente Ferrari rojo.

Es indicativo que, durante los arrestos masivos de manifestantes contra la guerra en Moscú, la policía puso especial énfasis en husmear en su teléfono móvil. Como en el juego de las rayitas trazadas sobre un papel cuadriculado, a partir de cierto punto resulta muy fácil poner en un solo turno una rayita tras otra hasta llenar el papel. Viendo a quién llamas y quién te llama se puede acabar deduciendo la estructura a la que perteneces. Los sueños de privacidad han muerto sepultados bajo las herramientas digitales represivas. El Gobierno ruso ha conseguido tener engañada a su propia opinión pública, todo un hito en estos tiempos en que la información real parece llegarnos de ninguna parte.


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