Johnson: bebedor como Churchill, pero sin ser Churchill

El problema del ‘premier’ británico no es el alcohol, sino que se ríe de sus propias normas como un monarca ajeno al pueblo

Boris Johnson observa el sábado los dibujos enviados por los niños durante su estancia en un hospital a causa del coronavirus.ANDREW PARSONS (EPA/EFE/ DOWNING STREET)

En uno de los momentos grandiosos de Another Round, una película que podríamos ver en bucle durante largos días, el carismático profesor que interpreta Mads Mikkelsen ofrece a sus alumnos tres perfiles para que elijan presidente: el primero está algo paralizado por la polio, sufre anemia, tensión, miente, engaña a su esposa, bebe y fuma; el segundo tiene sobrepeso, depresión, fuma puros sin parar y cada noche bebe ingentes cantidades de coñac, oporto y whisky. El tercero es héroe de guerra condecorado, trata a las mujeres con respeto, ama a los animales, nunca fuma y es vegetariano. Los...

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En uno de los momentos grandiosos de Another Round, una película que podríamos ver en bucle durante largos días, el carismático profesor que interpreta Mads Mikkelsen ofrece a sus alumnos tres perfiles para que elijan presidente: el primero está algo paralizado por la polio, sufre anemia, tensión, miente, engaña a su esposa, bebe y fuma; el segundo tiene sobrepeso, depresión, fuma puros sin parar y cada noche bebe ingentes cantidades de coñac, oporto y whisky. El tercero es héroe de guerra condecorado, trata a las mujeres con respeto, ama a los animales, nunca fuma y es vegetariano. Los estudiantes votan por el tercero y él descubre las cartas. “Acabáis de elegir a Hitler. Habéis desechado a Roosevelt y a Churchill”.

La película recorre con finura los precipicios alcohólicos entre la genialidad, la brillantez, la decadencia inherente, el peligro de muerte y el socavamiento de las relaciones en la ecuación poco manejable entre la adicción y el control. Y la he recordado al conocer el informe sobre el comportamiento de Boris Johnson, que ha subrayado el excesivo consumo en Downing Street con la precisión de un alcoholímetro policial en la carretera.

La cultura política y ciudadana ha cambiado y hoy las redes no soportarían los peores momentos de un Churchill adormecido o encolerizado por el alcohol. Las borracheras de Yeltsin que tantas alegrías dieron a Clinton y a las televisiones son de otra era. Y, sin embargo, no es ese el mayor problema de Boris Johnson.

Johnson ha fallado porque ha incumplido las propias normas que ha aprobado para todos. Como un soberano absoluto ajeno al imperio de la ley, su ley, impuso a los ciudadanos restricciones duras mientras él se cachondeaba de todos incumpliéndolas en su propia casa. Los británicos difícilmente se lo van a perdonar pues, quien más, quien menos, todos se vieron impedidos de despedirse bien de algún ser querido moribundo, todos resistieron con sus hijos en casa y las dificultades que conlleva, todos se sacrificaron menos él. Su suerte está en manos de su partido, que llegado el momento hará lo que ha hecho sin contemplaciones con todos los líderes que le han sobrado.

Una de ellas, Theresa May, le espetó en el mismísimo Parlamento: una de tres, “o usted no conoce las normas, o no las entiende, o no sabe que también son para usted. Y es eso”. Un chispazo feliz en la democracia más estropeada que vemos alrededor.

Pero Johnson no ha fallado por beber, sino por incumplir. Y porque no es Churchill.




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