Bolsonaro y Moro, ¿dos caras de la misma moneda?

Mientras el presidente es un aprendiz del fascismo, sin cultura, imprevisible, mal hablado y hasta soez; el exjuez es contenido y refinado pero puede acabar siendo más peligroso en autoritarismo

Jair Bolsonaro y Sergio Moro, en una imagen de 2020.Buda Mendes (Getty Images)

La política brasileña está en plena ebullición y mientras se multiplica el número de personas con hambre que acuden a recoger restos de comida en los basureros, todos los ojos están puestos en las próximas elecciones presidenciales. Curiosamente, mientras cada día se multiplica el número de pretendientes al trono, se van estrechando las posibilidades de victoria y la incertidumbre sobre el nuevo Brasil que pueda resultar de las urnas.

Toda una serie de imponderables se han ido cruzando las últimas semanas y han enturbiado más si cave las aguas ya agitadas de los candidatos a la presiden...

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La política brasileña está en plena ebullición y mientras se multiplica el número de personas con hambre que acuden a recoger restos de comida en los basureros, todos los ojos están puestos en las próximas elecciones presidenciales. Curiosamente, mientras cada día se multiplica el número de pretendientes al trono, se van estrechando las posibilidades de victoria y la incertidumbre sobre el nuevo Brasil que pueda resultar de las urnas.

Toda una serie de imponderables se han ido cruzando las últimas semanas y han enturbiado más si cave las aguas ya agitadas de los candidatos a la presidencia. Si por una parte cada día aparecen nuevos pretendientes a la sucesión de Bolsonaro, por otra, las posibilidades reales se van estrechando.

Dos novedades recientes han traído nuevas incógnitas. La aparición en la vida política del discutido y enigmático exjuez del caso Lava Jato, Sérgio Moro y la victoria en São Paulo de João Doria en las primarias del PSDB que lo convierte en un candidato fuerte y ambicioso llamado a agitar las aguas políticas.

Mientras crece la caravana de los que pretenden disputar las elecciones, los candidatos con fuerza y posibilidad de victoria se van estrechando. En este momento, si tuviera que explicarlo a un extranjero, diría que los candidatos hoy indiscutibles con posibilidades de disputar las presidenciales de la docena de pretendientes con posibilidades de éxito se reducen a los dedos de una mano y quizás, menos.

La pugna se está haciendo cada día más estrecha porque los sondeos van anunciando que la fuerza de Bolsonaro a la reelección se está desmoronando con una aprobación cada día menor y un rechazo mayor a su Gobierno. Al mismo tiempo, el único que se mantiene firme como vencedor en todas las encuestas es el expresidente Lula que podría ganarle hasta en la primera vuelta. Lula, podría escoger como vicepresidente suyo a Alckmin, una de las figuras históricas del PSDB hoy en crisis de identidad, y convertirse así al mismo tiempo en un candidato del centro que tranquilice a quienes aún le ven como amigo de las dictaduras de izquierda.

Todo ello sin contar la llegada que asusta a todos del ex juez Moro que aparece, como en la historia del dios Jano de los romanos, el de las dos caras y dos puertas, como un doble de Bolsonaro en la sustancia, aunque totalmente diferente en la forma, lo que podría hacer que recogiera la herencia huérfana del bolsonarismo menos fanático, incluso del mundo empresarial cansado de la forma burda de gobernar del capitán.

El presidente y Moro son hoy dos personajes curiosos, porque en apariencia no podrían ser más diferentes y en la sustancia podrían parecerse más de lo que se pueda pensar. Ambos son de una extrema derecha dura pero aparecen como dos extremos lo que puede confundir a no pocos. Mientras Bolsonaro es un aprendiz del fascismo, desparramado, sin cultura, imprevisible, mal hablado y hasta soez en sus expresiones todas ellas marcadas por un fuerte acento sexual de bar de periferia; Moro, al revés, desde su modo de vestir hasta sus movimientos y palabras es contenido, más bien refinado, le cuesta reír, esconde más de lo que revela, pero puede acabar siendo tanto o más peligroso en materia de autoritarismo y de aparente falta de sentimientos.

No acaso, el partido Podemos, que lo ha acogido políticamente en su seno está intentando hacer de él una metamorfosis que va desde el vestir, abandonando la corbata y los trajes oscuros y apareciendo sonriendo. Más aún, cada día revela más que intenta suplantar a Bolsonaro como mito, incluso como un llamado por Dios. Como él mismo ha confesado su entrada en la política ha sido “una misión”, algo que equivale a una llamada divina para acabar con los dos extremos que hoy se disputan el poder: la extrema izquierda y la extrema derecha.

Si la personalidad desparramada e histriónica del capitán retirado ya es conocida y hasta rechazada cada día más por sus excesos de mal gusto y su vocación al autoritarismo y la violencia, la de Moro está aún por descubrirse. Al revés de Bolsonaro que no esconde nada y hasta confiesa que se encierra solo en el baño para llorar o hace alarde de que algunas noches hace un regalo a su esposa, Moro es cerrado como una ostra. Es enigmático. Quizás más duro y autoritario que el capitán, pero también más racional, más disfrazado, capaz de esconder más sorpresas.

Quizá por todo ello y a la vista de sus primeras reacciones como político empieza a imponerse como una ficha peligrosa y compleja llamada a remover las aguas más de lo que muchos se esperaban.

Hoy Brasil conoce al Moro juez implacable, casi insensible, al que no le tembló la mano a la hora de llevar a la cárcel y de mantenerlo en ella casi dos años al expresidente más popular de la historia de Brasil con gran proyección mundial. Lo que aún resulta desconocido y se podrá observar solo en los próximos meses es su fuerza política. Si será capaz de aparecer duro, como lo es, y al mismo tiempo más confiable que Bolsonaro en el mantenimiento de la democracia. Si será o no apreciado sea por las clases más favorecidas que saben muy bien que es un liberal en economía y un derechista convencido, que por las masas populares que hoy pasan hambre a las que ya ha empezado a presentarse como portador de una “misión”. Misión que no es difícil interpretar que se trata de algo de cuño religioso y un primer guiño a la masa de evangélicos que creyeron en que Bolsonaro era un enviado por Dios, salvado de la muerte en el aún oscuro atentado durante la campaña electoral que le dio el triunfo.

Si en un inicio la llegada de Moro a la política se veía como una broma que acabaría reventando como una pompa de jabón, hoy, a pocas semanas ya empieza a verse como una ficha clave en el ajedrez de las presidenciales. Hay quien intenta minimizar su presencia política que acabará apagándose por sí sola. Otros sin embargo, de la vieja política, acostumbrados a navegar en las aguas oscuras y revueltas de la vida pública empiezan a temer que la llegada del exjuez, al que nunca le tembló la mano a la hora de condenar, pueda acabar como mínimo levantando una tormenta peligrosa en el mar cada semana más agitado del país.

Lo que este país necesita es de alguien con capacidad de salvarlo con las armas de la democracia y de la ilusión, del infierno al que lo ha arrastrado la extrema derecha fascista de un presidente, no solo desacreditado internacionalmente, sino considerado como incapaz psíquicamente de conducir a un país de la envergadura económica, política y social de Brasil.

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