¿Felices veinte?

Bajo la fanfarria de las luces de Navidad y las lentejuelas de Nochevieja flota un aire de fin del mundo que conocíamos y otro que aún no ha venido

El Palacio de Hielo, un centro comercial con pista de patinaje situado en Madrid, fue utilizado como morgue en los peores momentos de la pandemia.JAIME VILLANUEVA

El viernes volví al Palacio de Hielo. Entre el teletrabajo y las compras en línea, desde antes del confinamiento no había pisado el centro comercial cercano a mi oficina que era mi segunda casa antes de la pandemia. Allí comía, allí compraba, allí fundía el móvil, allí reía las gracias o lloraba las penas en la hora muerta del turno partido. Volví nerviosa, ya ves tú la tontería, como quien vuelve a casa tras un disgusto. ...

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El viernes volví al Palacio de Hielo. Entre el teletrabajo y las compras en línea, desde antes del confinamiento no había pisado el centro comercial cercano a mi oficina que era mi segunda casa antes de la pandemia. Allí comía, allí compraba, allí fundía el móvil, allí reía las gracias o lloraba las penas en la hora muerta del turno partido. Volví nerviosa, ya ves tú la tontería, como quien vuelve a casa tras un disgusto. El hecho de que intuyera que nada sería lo mismo no evitó que se me cayera el alma al piso. En año y medio, a ese templo del consumo, sí, pero también de la vida social del barrio, le ha caído encima medio siglo. Han descuidado el mantenimiento. Han desaparecido las señoras que iban a echar la tarde. Han cerrado tiendas, y las que siguen abiertas languidecen en vísperas del Black Friday, que la policía no es tonta y se espera a las ofertas. Solo parecen seguir tirando del carro el centro de estética, con sus aumentos de morros y rellenos de surcos, el supermercado y los multicines.

Me metí en uno para consolarme y en qué hora. A media película la pantalla se fue a negro y, solo tras 15 minutos de pateo, apareció un señor con pinta de haber sido llamado desde un call center ofreciendo al respetable el reintegro de las entradas no sin antes tener que aguantar que un niñato le gritara desde la platea que le comiese lo suyo. Mira, sería casualidad, pero salí revuelta. En el desangeladísimo atrio, lucían, fúnebres, los planos del concurso de ideas para lavarle la cara al centro bajo paneles de acero. Dicen que, tras la debacle, esta década será la de los felices años veinte. Lo creeré cuando lo vea. Por ahora, bajo la aparente euforia de las luces de Navidad y las lentejuelas de Nochevieja en los escaparates, flota un aire de tristeza ante el fin del mundo que conocíamos e incertidumbre ante el que nos espera. O igual es que a quien ha mutado la pandemia es a una misma. Puede. En la pista de hielo que da nombre al centro, sí, esa donde cientos de féretros con los muertos del virus aguardaron sepultura durante días, patinan hoy bandadas de adolescentes en celo. Benditos sean.

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