Instrucciones para llenar un vaso de agua

No es tan sencillo como parece, como bien sabe el ministro José Luis Escrivá

No, eso no es un vaso.

Esta semana ha resultado fácil identificarse con un ministro, por raro que suene. En Twitter se ha popularizado un momento divertidísimo de José Luis Escrivá, ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. El político estaba ante su atril, hablando, cuando comenzó a servirse un poco de agua. Pero, en lugar de llenar el vaso, echó el agua en el hueco del atril destinado a colocar la botella.

El ministro se partía de risa al ver lo que acababa de hacer y conseguía algo poco usual: ga...

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Esta semana ha resultado fácil identificarse con un ministro, por raro que suene. En Twitter se ha popularizado un momento divertidísimo de José Luis Escrivá, ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. El político estaba ante su atril, hablando, cuando comenzó a servirse un poco de agua. Pero, en lugar de llenar el vaso, echó el agua en el hueco del atril destinado a colocar la botella.

El ministro se partía de risa al ver lo que acababa de hacer y conseguía algo poco usual: ganarse la aprobación de tuiteros de izquierdas y de derechas. O, al menos, una pausa en las críticas. No solo por haber cometido el mismo error en el que muchos habríamos caído (¿cómo no va a ser ese hueco un vaso?) sino también y sobre todo, por tomárselo con humor.

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Por supuesto y hablando de Twitter, no resultaba difícil encontrar ataques, incluido un intento frustrado de broma de Teodoro García Egea, secretario general del Partido Popular, que recordaba que “las pensiones están en sus manos”. Pero, por lo general, el tropiezo de Escrivá se compartía entre carcajadas y había, por ejemplo, quien editaba la imagen para meter un pequeño pececillo. Además de eso, la tuitera y periodista que popularizó la escena, @CrisAlonsoG, preguntaba en una encuesta la duda que nos había surgido a muchos: ¿cómo iban a limpiar ese estropicio? La respuesta más votada: volcar el atril. Aunque ya puestos a levantarlo, uno podría optar por una huida hacia adelante y beberse el agua como si fuera el vaso más aparatoso del mundo.

Al día siguiente, Escrivá se unía en Twitter a la conversación y se preguntaba quién había diseñado ese atril traicionero. Un golpe un poco bajo por parte del responsable de Seguridad Social: echarle la culpa a un trabajador. En cualquier caso, algunos tuiteros le explicaban algo que para nosotros los torpes no es tan evidente como para el resto de la humanidad: el atril tiene una superficie inclinada y los diseñadores quisieron resolver la forma de dejar la botella sin que resbalara hasta el suelo.

Pero los más recordados y mencionados fueron Tip y Coll, por su número del vaso de agua. En la escena, Coll daba instrucciones para llenar un vaso y Tip iba traduciendo a un francés inventado. Cuando Coll explicaba que la jarra tenía que estar en la misma vertical que el vaso, porque si no, “observen la tontería”, Tip apostillaba: “Regardez la gilipolluá”. No había atril, pero sí agua derramada en el suelo.

Unos años antes de este sketch, en 1962, Julio Cortázar había publicado sus Historias de cronopios y de famas, libro que incluía instrucciones para actividades comunes como llorar, dar cuerda a un reloj o subir escaleras: “Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza…”.

La literatura, el humor voluntario y lo cómico involuntario en ocasiones sirven para que nos demos cuenta de que no todo es tan obvio como parece y de que conviene desconfiar cuando alguien insiste en que su argumento es de “sentido común”. Cuando tomamos un poco de distancia, como hacían Tip y Coll al explicarnos cómo beber agua, nos damos cuenta de que lo familiar en realidad es más extraño y absurdo de lo que parece, de que la mitad del tiempo vamos con el piloto automático y de que lo que debería ser un vaso no siempre lo es. Con un poco de suerte, esta experiencia igual inspira al ministro a pensar en otra forma de financiar las pensiones que no sea obligarnos a trabajar hasta que seamos centenarios.

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