Tercera dosis de vacunación: una obscenidad
El verdadero interés nacional reside en el altruismo con los países más pobres
El debate abierto sobre la necesidad de una tercera dosis de la vacuna contra la covid en los países de mayor renta representa no solo un enorme fracaso moral de Occidente, sino la confirmación de que sigue sin existir una visión global para mitigar las desigualdades agudizadas por la pandemia. Menos del 2% de la población de los países más pobres está protegida frente a la enfermedad, según ...
El debate abierto sobre la necesidad de una tercera dosis de la vacuna contra la covid en los países de mayor renta representa no solo un enorme fracaso moral de Occidente, sino la confirmación de que sigue sin existir una visión global para mitigar las desigualdades agudizadas por la pandemia. Menos del 2% de la población de los países más pobres está protegida frente a la enfermedad, según la OMS, pero los países más ricos se disponen a destinar varios cientos de millones de vacunas a una tercera dosis.
Israel y EE UU ya han anunciado el tercer pinchazo para su población adulta, mientras que en Europa Francia y Alemania también la administrarán a partir de septiembre para su población más vulnerable y para los mayores de 65 años. Esto no solo refleja una falta de mirada ética sobre el mundo por su insolidaridad —nadie debería morir por un virus que se puede erradicar por la sola razón de vivir en un país que no puede permitirse producir o comprar una vacuna—, sino un cortoplacismo autodestructivo de Occidente difícil de entender. No hace falta hablar de igualdad para reparar en el enorme riesgo que supone que solo los países ricos vacunen a sus poblaciones —planteándose incluso la opción de una tercera dosis— cuando el virus puede seguir propagándose por las tres cuartas partes del planeta. La posibilidad de que un portador del virus llegara a las naciones más ricas y lo propagara nuevamente siempre estaría abierta. Y tampoco parece una buena idea para reactivar la economía mantener confinadas a las poblaciones de los socios comerciales porque no disponen de la vacuna.
Si algo nos ha enseñado el coronavirus es que los desafíos globales —y este lo es— deben abordarse desde una mirada global, y que para superar esta pandemia la amenaza de la enfermedad debe ser eliminada en todos los rincones del planeta. Convertir a la vacuna en un indicador más de la desigualdad es, además de obsceno, la confirmación definitiva de que sigue sin entenderse nada: el verdadero interés nacional aquí reside en el altruismo con los países más pobres.