¿Estás ahí, España?

En Ceuta la policía multa a un menor por no llevar cinturón, pero nadie se ocupa de su comida o su futuro

Menores en la zona portuaria de Ceuta, fuera de los centros de acogida. Foto: Joaquín SanchezJoaquín Sánchez

Qué lástima que los menores que vinieron de Marruecos no sabían que debían gritar “¡España! ¡España!” para ser bienvenidos, como deben hacer los afganos al llegar al aeropuerto de Kabul para que las diligentes tropas españolas les ayuden a subirse a aviones para volar a Torrejón. Claro que tampoco habrían podido, boqu...

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Qué lástima que los menores que vinieron de Marruecos no sabían que debían gritar “¡España! ¡España!” para ser bienvenidos, como deben hacer los afganos al llegar al aeropuerto de Kabul para que las diligentes tropas españolas les ayuden a subirse a aviones para volar a Torrejón. Claro que tampoco habrían podido, boqueando como estaban para respirar a la vez que cruzaban la frontera a nado en aguas turbulentas.

Esto ha ocurrido: un joven voluntario de los que ayudan a los menores que sobreviven en las calles de Ceuta trasladaba a uno de ellos al médico cuando recibió el alto de la policía. El chico no se había puesto el cinturón. Diligente también, el agente le puso una multa que pagará el conductor y les dejó seguir a su destino. En el centro de salud atendieron a varios, y los voluntarios españoles que les intentan ayudar les sufragaron gafas, pomadas y lo que hizo falta. Por fortuna existen almas buenas y una sociedad civil que sabe dar la talla.

Si llama la atención lo diligente que fue este agente es porque, de forma correcta y seguramente preocupado por un eventual accidente de coche que perjudicara al menor, sancionó la ausencia de cinturón. Así se aprende. El rastro de esa diligencia se pierde ahí porque, más allá del eventual accidente, las autoridades no se preocuparon de qué podían comer esos chicos de la calle, el muelle, el bosque, que se acurrucan a dormitar entre rocas, cables, casetas y trozos de contenedores para afanarse por la mañana para acicalarse unos a otros el pelo —son presumidos—, lucir la mejor ropa disponible y buscarse la vida. Tampoco en la Península ha habido dirigentes tan diligentes como para acogerlos como Dios manda en un reparto entre regiones.

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Llena de orgullo conocer la movilización para recibir a colaboradores afganos en Kabul y se entiende que ese “¡España! ¡España!” que hemos escuchado en sus bocas como seguro de salvación nos toque la vena patriótica, para qué nos vamos a engañar.

Lo incomprensible es que, simultáneamente, el Ministerio del Interior y el Gobierno de Ceuta hayan intentado deshacerse de los menores con una devolución masiva que los jueces han parado. Mientras conseguían devolver a los 55 primeros, otros 200 que habían confiado en “España, España” han huido, desconfiados ya de lo que este gran país va a hacer con ellos. Se suman a otros cientos. Y es que la España que hemos visto en Kabul no estaba en Ceuta ni en ninguna de las comunidades autónomas que no han querido acogerles.

Y ahora, ¿a quién ponemos la multa?

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