El cielo caerá sobre nosotros

La Tierra ahora es una sola. Lo lejano nunca ha estado tan cerca. Si en Afganistán se derrumba el cielo sobre ellas y sobre ellos, también lo hará sobre nosotros

Una mujer con burka en un campo de refugiados en Kabul, el pasado domingo.HEDAYATULLAH AMID (EFE)

1. A principios de este siglo, cuando los soldados estadounidenses empezaron a sondear las montañas para tratar de localizar en qué cueva se escondía Osama Bin Laden, y el mundo tuvo acceso a las imágenes de los senderos por los que transitaban burros cargados de amapolas, llegó a mis manos la traducción de una canción afgana. Si se han respetado la medida y el ritmo de los versos, se trata sin duda de una hermosa balada. Nada puedo saber de cómo suena la música, pero la letra dice así: ...

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1. A principios de este siglo, cuando los soldados estadounidenses empezaron a sondear las montañas para tratar de localizar en qué cueva se escondía Osama Bin Laden, y el mundo tuvo acceso a las imágenes de los senderos por los que transitaban burros cargados de amapolas, llegó a mis manos la traducción de una canción afgana. Si se han respetado la medida y el ritmo de los versos, se trata sin duda de una hermosa balada. Nada puedo saber de cómo suena la música, pero la letra dice así: “El cielo caerá sobre nosotros / y todavía estaré aquí para amedrentaros. / Nuestras barbas dejarán de ser entrecanas / y nuestros huesos volverán a la tierra que los vio nacer / pero todavía estaré aquí para estorbaros. / Hace tiempo que esta tierra sagrada dejó de ser fértil. / Y nuestras mujeres son feas: / ¿para qué queréis entonces este territorio?

2. Tampoco sé en qué año apareció esta canción, pero lo que puede inferirse es que habla de invasiones, y al no invocar ninguna en concreto, aletean en ella desde las incursiones de Alejandro Magno hasta la ocupación de los imperios británico, soviético y estadounidense. De modo que la pregunta es pertinente: ¿Para qué queréis esta tierra estéril? La respuesta es muy sencilla: porque ocupa una posición estratégica, como montuosa encrucijada por donde en otros tiempos pasaba la Ruta de la Seda. A todos los invasores, sin embargo, la canción les lanza una promesa: aquí estamos, vigilantes, incluso después de muertos, para estorbaros.

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3. Se trata de un canto de resistencia, expresión del estoicismo de un pueblo, formado por muchas etnias en guerra entre sí, pero con un denominador común: la unión contra los que vienen de fuera. Con todo, la romántica letra de la canción presenta una grieta por donde se cuela el gato. Eso de que nuestras mujeres son feas. Los ojos no pueden evitar detenerse en esa insólita declaración. Quizá los caballos y los lebreles afganos sean hermosos, así como las montañas, los atardeceres y los campos de amapolas, pero a las mujeres se las tacha de feas y ese aserto entra en la canción. Sorprende e ilustra. Aclara y enseña. Recuerdo haber visto un reportaje de una periodista británica que le preguntaba a un anciano por qué escondían a sus mujeres bajo el burka. El hombre sacó de la faltriquera de su jubón dos billetes, uno de cinco mil afganis, el otro de diez mil, y dijo que sus mujeres no eran como las occidentales, del valor del billete pequeño, las de allí valían mucho más, por eso las ocultaban. Es posible que la letra de la canción signifique exactamente eso, y al afirmar que sus mujeres son feas, el poeta que la escribió quiera esconder a las hermosas mujeres afganas en el fondo de su faltriquera. Pero es dudoso. Se trata de una arraigada noción cultural. El propio lenguaje común denuncia lo contrario. Un joven afgano, ante un atentado con bomba que hizo saltar por los aires a decenas de personas, indignado con los autores del crimen, gritaba: ¡Cobardes, cobardes! ¡Mujeres, sois como mujeres! No parecía un talibán, sino alguien del bando contrario.

4. Ahora los talibanes han vuelto al poder. Desde el 15 de agosto, cuanto entraron en Kabul, impulsados por la retirada de los estadounidenses y sus aliados. El mundo no sale de su asombro. En 1998, los talibanes quemaron una preciosa biblioteca de 55.000 libros a fuerza de lanzagranadas. En marzo de 2001, destruyeron los Budas de Bamiyán con dinamita y disparos de tanques. Ahora, ya con celulares y asesores de imagen, han prometido la paz, que permitirán que las niñas se eduquen y que las mujeres trabajen. Las mujeres hacen bien en no creerlos. En determinadas circunstancias, las canciones del pasado hablan más alto que los discursos del futuro. Entre 1996 y 2001, su sharía obligó a las mujeres afganas a taparse de la cabeza a los pies, incluso a fuerza de varazos, y a sufrir como nunca antes toda clase de abusos. Cualquier deseo de emancipación, educación, independencia, afirmación, identidad quedó reducido a cenizas. Se les prohibió reír en público. Se intensificaron los llamados asesinatos por honor, las pruebas de virginidad y muchas otras cosas que nos hacen llorar.

5. Por eso, el llamamiento de Varoufakis a las hermanas afganas para que resistan resultará inútil e incluso perverso si las organizaciones de los derechos humanos no demuestran una fuerza y una unión que vaya más allá de las palabras. La ONU ha de ser capaz de promover acciones concretas para salvar a las mujeres y hombres afganos que, por su parte, creían que Occidente los ayudaría a salir de la barbarie. En los próximos días, el mundo, que observa esta situación fuera de control, en lugar de gastar toda su munición en saldar cuentas por la clamorosa pérdida de una causa, debe afanarse por transformar esta catástrofe moral de Occidente en una enseñanza de futuras actuaciones y en la acogida efectiva de quienes quieren salvarse del lodazal que allí se prepara. La Tierra, ahora, es una sola. Lo lejano nunca ha estado tan cerca. Si el cielo cae sobre ellas y sobre ellos, caerá también sobre nosotros.

Lídia Jorge es escritora portuguesa, premio FIL de Guadalajara (México).

Traducción de Carlos Gumpert.

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