Feliz verano

Le otorgamos al estío una cualidad mítica. Nos despedimos hasta la vuelta de vacaciones, como si nos fuéramos un año a las antípodas, aunque nos vayamos una semana al piso de los suegros en Peñíscola

Dos turistas disfrutan del sol en la playa de Levante de Benidorm.Manuel Lorenzo (EFE)

Me chiflan los Juegos Olímpicos. Verlos en la tele, tirada decúbito supino en el sofá atizándome un cubo de alpiste y otro de algo con mucho hielo, digo. No. Lo mío no es el deporte, ni por activa ni por pasiva. Ni récords ni podios me emocionan la mitad que contemplar los curtidos cuerpos olímpicos, sus rostros de éxtasis y agonía en la victoria y la derrota, sus años de determinación impresos en el ceño al lanzar la jab...

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Me chiflan los Juegos Olímpicos. Verlos en la tele, tirada decúbito supino en el sofá atizándome un cubo de alpiste y otro de algo con mucho hielo, digo. No. Lo mío no es el deporte, ni por activa ni por pasiva. Ni récords ni podios me emocionan la mitad que contemplar los curtidos cuerpos olímpicos, sus rostros de éxtasis y agonía en la victoria y la derrota, sus años de determinación impresos en el ceño al lanzar la jabalina. Y más aún que todo eso, lo que me hipnotiza de los Juegos es esa sensación de eterno verano de la vida que siempre me suscitan, aunque una haya doblado la esquina hace ya tiempo. Creo no ser la única.

Le otorgamos al estío una cualidad mítica. Feliz verano, nos deseamos estos días al despedirnos hasta la vuelta de vacaciones, como si nos fuéramos un año a las antípodas, aunque nos vayamos una semana al piso de los suegros en Peñíscola. Y la cosa es que no mentimos: en cierto modo nos vamos a las antípodas de nosotros mismos. Si además resulta que vamos varios al mismo sitio, o a 100 kilómetros a la redonda, incluso quedamos en vernos y, en efecto, nos vemos: nosotros, que no quedamos nunca viviendo en el mismo barrio. Y eso es porque en verano somos nosotros y somos otros. Nosotros como querríamos ser si pudiéramos: sin agobios, sin prisas, sin la garra de la ansiedad estrujándonos las tripas. Luego vendrán los chascos, claro. Los no era para tanto, lo que quiera que sea frente a lo que podría haber sido. Pero, por ahora, quedémonos con la bendita emoción de las vísperas. Con el anhelo del que nos alimentamos el resto del año. Con estas ganas locas de vivir la vida que nos embargan viendo chorrear ácido láctico a los atletas y a la diosa Simone Biles descender a nuestra humana altura al reconocer que ni ella puede con la suya. Ya volveremos en septiembre más morenos, más gordos, más viejos. No adelantemos acontecimientos. Feliz verano.

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