4-M (I): claves de un triunfo
Ayuso ha capitalizado la fatiga pandémica y el rechazo a Sánchez e Iglesias
Los resultados que Isabel Díaz Ayuso ha cosechado en las elecciones madrileñas representan una aplastante victoria que da continuidad a la hegemonía del Partido Popular en la región y a la vez revoluciona el tablero político nacional. La trascendencia del episodio convoca a un esfuerzo de comprensión del mismo. Se trata naturalmente de un fenómeno complejo, con múltiples factores que han contribuido al triunfo. Parece razonable destacar los siguientes: la capacidad de conectar con u...
Los resultados que Isabel Díaz Ayuso ha cosechado en las elecciones madrileñas representan una aplastante victoria que da continuidad a la hegemonía del Partido Popular en la región y a la vez revoluciona el tablero político nacional. La trascendencia del episodio convoca a un esfuerzo de comprensión del mismo. Se trata naturalmente de un fenómeno complejo, con múltiples factores que han contribuido al triunfo. Parece razonable destacar los siguientes: la capacidad de conectar con un amplio sentimiento de fatiga pandémica, junto con el poderoso deseo de actividad laboral e interacción social; sintonizar con el profundo rechazo que las políticas y alianzas del Gobierno de Pedro Sánchez despiertan en la capital; afirmar un marco de campaña polarizador y anecdótico favorable a sus intereses; y aprovechar sin errores el colapso de Ciudadanos.
En el primer plano, resulta indiscutible que Ayuso ha sabido leer perfectamente la fatiga pandémica e instrumentalizar el hartazgo de una sociedad profundamente cansada de los duros confinamientos y la política de restricciones impuestos por la covid. Ese comprensible instinto humano parece haberse sobrepuesto a la racionalidad de las medidas restrictivas. Madrid es una excepción continental en sus políticas laxas. Es cuando menos dudoso que ese sea el mejor equilibrio, pero sin duda es el que han preferido los ciudadanos. Esa sintonía con la aspiración de trascender la pandemia puede ser la clave de un voto transversal, que ha ensanchado su perímetro.
En el segundo plano, parece más que probable el efecto movilizador de un voto de castigo al Gobierno de la nación con múltiples motivaciones. De entrada el rechazo de los sectores más afectados por las medidas restrictivas; pero además, en términos genéricos, la hostilidad de gran parte del electorado madrileño a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y su diálogo y cooperación con ERC y Bildu. La táctica de confrontación directa con el presidente ha sido eficaz. El activismo inicial de Sánchez y la aparición directa de Pablo Iglesias en la contienda electoral —redoblando en el marco que favorecía a Ayuso— han dado especial sustancia a este factor.
La confrontación y otras hábiles estratagemas de campaña han permitido eludir la concentración de los focos en cuestiones de gestión, menos favorable para Ayuso que el terreno de la confrontación ideológica, de los anhelos, de la demonización (con excesos tales como la agitación del fantasma de un Madrid-Caracas). Es este otro importante plano de reflexión. El éxito de la candidata se explica en parte por su peculiar liderazgo, a caballo entre el entretenimiento y la política, lo que le ha valido una gran popularidad y llegar a circuitos alejados de la estricta conversación política. Esta táctica ha desviado la atención no solamente de cuestiones concretas y proyectos políticos de futuro, sino también de candentes casos de corrupción que afectan al Partido Popular.
Ayuso obviamente ha volado también gracias a razones estructurales independientes de ella, como el suicidio político a cámara lenta que viene cometiendo Cs hace tiempo y, obviamente, la propia hegemonía histórica del PP en la región. La larga trayectoria de gobiernos de signo azul ha permitido moldear la comunidad de acuerdo con sus preferencias ideológicas, no solamente en relación con una cultura determinada, sino a una estructura social segregada (Madrid tiene una segregación escolar socioeconómica entre las peores de la OCDE). Esta conexión de Madrid con el proyecto político popular se ha ahondado ahora poniendo el acento en un regionalismo populista que habrá que ver cómo evoluciona.
Aunque en clave electoral todas estas estrategias son exitosas, abren un importante interrogante sobre las implicaciones que tendrán en función de polarización, empobrecimiento de la discusión política, e incluso, de confrontación territorial. Pero también apelan a aquellos partidos que siguen sin saber leer y expresar lo que sus electorados están viviendo de forma muy aguda.
EDITORIAL | 4-M (y II): claves de un descalabro
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