Lecciones de una campaña
La batalla de Madrid arroja inquietantes señales para la política española
La campaña de las elecciones madrileñas, ya en su recta final, ofrece múltiples elementos de reflexión política, que en buena medida sobrepasan las fronteras de esta comunidad y en su conjunto no componen una imagen alentadora. Al contrario, sobran motivos de preocupación. En primer lugar, ha puesto en evidencia la verdadera naturaleza de Vox, formación ultraderechista con gestos que sobrepasan el marco central de valores democráticos, como ...
La campaña de las elecciones madrileñas, ya en su recta final, ofrece múltiples elementos de reflexión política, que en buena medida sobrepasan las fronteras de esta comunidad y en su conjunto no componen una imagen alentadora. Al contrario, sobran motivos de preocupación. En primer lugar, ha puesto en evidencia la verdadera naturaleza de Vox, formación ultraderechista con gestos que sobrepasan el marco central de valores democráticos, como la descarnada xenofobia retratada en su cartel contra los menores extranjeros no acompañados o el brutal “vete de España” que Rocío Monasterio le espetó a Pablo Iglesias en el debate de la Cadena SER. Esto, más un cúmulo de políticas retrógradas, populistas y excluyentes que cuestionan frontalmente la convivencia abierta y plural de una democracia liberal del siglo XXI, es Vox. Los partidarios de este sistema —la democracia liberal—, sean conservadores o progresistas, tienen el reto de aislar ese ideario.
En segundo lugar, cabe notar el avance del embrutecimiento del discurso público, que se produce con la intencionada banalización y espectacularización promovida por algunos actores políticos. Isabel Díaz Ayuso, candidata del PP, se ha erigido como abanderada de una estrategia de sabor trumpista vía polarización radical (“comunismo o libertad”), tremendismos (“Madrid/Caracas”), apelaciones identitarias, aprovechamiento del comprensible hartazgo ciudadano a través de un discurso simplista (“donde me da la gana”). Esta estrategia adoptada desde el principio por Ayuso, las provocaciones de Vox y la consiguiente respuesta —”democracia o fascismo”— activada por Unidas Podemos y seguida por PSOE y Más Madrid, han centrado la campaña sepultando con la ayuda de los medios los intentos de hablar de las cuestiones de gestión. Lo ocurrido apunta a una preocupante tendencia de trumpización que dificulta que el debate se centre en cosas que no sean ocurrencias y provocaciones, y reclama una profunda reflexión sobre el tratamiento mediático que se le otorga. El probable éxito de Ayuso con esta política, además, convoca al PP a decidir si quiere seguir esa senda o la de Angela Merkel. Son incompatibles.
En el sector progresista, debe notarse una desdibujada estrategia del PSOE. La apuesta centrista inicial se apoyó en una promesa de no tocar los impuestos, una posición no muy en sintonía con los planteamientos de buena parte del progresismo occidental, y hasta del FMI. Esta apuesta se vio arrollada por los acontecimientos, las turbulencias causadas por Vox, y el marco de reacción radical por el que apostó Pablo Iglesias y acabaron asumiendo el PSOE y Más Madrid. El candidato socialista, Ángel Gabilondo, es sin duda una figura con impecables credenciales personales. Su difícil encaje en esta campaña extrema es otro elemento desalentador acerca del rumbo de la política española. Las buenas perspectivas de Más Madrid no tienen mucha trascendencia a escala nacional en términos partidistas, pero sí merece una reflexión el perfil y el discurso que supo construir su candidata, Mónica García, y el hecho de que los sondeos apuntan a que es mucho más valorado que el de Podemos.
Por último, la campaña es un retrato de la implosión de Ciudadanos. Su candidato, Edmundo Bal, otra figura con buenas credenciales personales, sufre para aglutinar apoyo alrededor de su discurso. Es el resultado de un cúmulo de errores políticos de una formación que habría podido ejercer una importante función regeneradora y moderadora en la política española. Renunció al papel de partido bisagra que habría sido sumamente útil, se lanzó a intentar un sorpasso al PP, se quedó como su muleta y ahora parece dirigido inexorablemente al cajón de la irrelevancia. Esto apunta a una polarización y bibloquismo aún más enconados de lo que hemos venido conociendo.
Las campañas electorales son una clara radiografía de la salud del sistema político. El diagnóstico, desafortunadamente, no es tranquilizador.