Superjueves

El ocio, el consumo y la cuota de Netflix son los nuevos opios del pueblo. Con razón expulsó Jesús a los mercaderes del templo

Visitantes, compradores, consumidores: ocio en un centro comercial.Alberto Valdés (EFE)

De cría, intensa y concernida como es una desde el útero, las procesiones me producían una mezcla de miedo, vergüenza y anhelo. Llevada a la fuerza de la costumbre por mis padres —ella, beata; él, ateo—, iba una ya crecidita a ver los pasos como quien iba al matadero. Qué yuyu. Esa música de fin del mundo. Ese silencio de entierro. Ese arrastrar de cadenas. Esos ojos alucinados de los nazarenos bajo el capirote. Esos suspiros de las manolas con el rímel corrido por las lágrimas y el crucifijo botando sobre la pechuga puesta en bandeja. Ese aroma de cera, incienso y gladiolos ornando los palios...

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De cría, intensa y concernida como es una desde el útero, las procesiones me producían una mezcla de miedo, vergüenza y anhelo. Llevada a la fuerza de la costumbre por mis padres —ella, beata; él, ateo—, iba una ya crecidita a ver los pasos como quien iba al matadero. Qué yuyu. Esa música de fin del mundo. Ese silencio de entierro. Ese arrastrar de cadenas. Esos ojos alucinados de los nazarenos bajo el capirote. Esos suspiros de las manolas con el rímel corrido por las lágrimas y el crucifijo botando sobre la pechuga puesta en bandeja. Ese aroma de cera, incienso y gladiolos ornando los palios de vírgenes y santos me provocaba, no sé, una congoja en el pecho, una calentura en el bajo vientre y unas ganas locas de salir corriendo de allí aún no sabía adónde. Daba igual. Esos días no se salía. Jesús estaba muerto; España, de luto, y, después del atracón de potaje de vigilia y bacalao con tomate, nos tragábamos el tostonazo del péplum de la tele tirados toda la santísima tarde en el tresillo mientras oíamos cómo las torrijas se nos sedimentaban en las caderas para los restos. Qué feliz era sin saberlo.

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He tenido que pasar décadas de pasiones, traiciones, caídas del caballo, y viacrucis de todos los colores para apreciar esa hondura, esa belleza, esa celebración de la vida a través de la muerte de un barbudo idealista hace 2000 años que es la Semana Santa. Sigo atea, no obstante, o no tanto. Hoy, Jueves Santo, confinada sin playa ni palios por un virus microscópico, haré mi propia estación de penitencia. Como es el primero del mes, hoy es Superjueves en el outlet donde me agencio los pingos y está todo al 70%. Máximo respeto para quienes estos días son sagrados. ¿Quién es una para juzgar al prójimo cuando se consuela poniéndole velas a San Amancio Ortega? El ocio, el consumo y la cuota de Netflix son los nuevos opios del pueblo. Con razón expulsó Jesús a los mercaderes del templo.

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