Arco y el arte después de la covid
Las plataformas, los códigos QR o las redes no reemplazarán una copa en Chicote, pero hay futuro
Mi primer Arco fue en 1987. Entonces vivía en Madrid, así que la galería neoyorquina Brooke Alexander me contrató para echar una mano en su stand. Desde entonces, he estado en cientos de ferias, pero aquella fue la primera. Enseguida descubrí que, cuando te pasas el día sentada en un stand, te sientes como un pez de colores en una pecera. Pero solo más tarde comprendí la singularidad del concepto de aquella feria. Con tan solo cinco años de vida, Arco proponía una alternativa al modelo algo est...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Mi primer Arco fue en 1987. Entonces vivía en Madrid, así que la galería neoyorquina Brooke Alexander me contrató para echar una mano en su stand. Desde entonces, he estado en cientos de ferias, pero aquella fue la primera. Enseguida descubrí que, cuando te pasas el día sentada en un stand, te sientes como un pez de colores en una pecera. Pero solo más tarde comprendí la singularidad del concepto de aquella feria. Con tan solo cinco años de vida, Arco proponía una alternativa al modelo algo estirado y selecto que representaban predecesoras tan ilustres como las ferias de Colonia (desde 1967), Basilea (1970) o Chicago (1980).
Arco era diferente. Era una feria abierta al público que expresaba las aspiraciones culturales de la democracia más reciente de Europa. Allí vino la realeza. Vinieron artistas. Vinieron escolares y adolescentes. También vino el mundillo del arte internacional. Un programa de actividades estratégico y generosamente financiado aseguró que los especialistas acudieran en masa. Coleccionistas, marchantes, curadores, escritores y directores de museos llenaron los pasillos y las salas de conferencias. Las primeras figuras del arte español compartían cartel con sus colegas del exterior. La prensa cubrió aquellos encuentros con la misma avidez que el arte y todo lo demás. Al mismo tiempo, estos gurús internacionales descubrían la oferta cultural de Madrid. En aquellos tiempos no teníamos teléfonos móviles, pero sabíamos dónde reunirnos para tomar la penúltima copa: en Chicote o en Cock. Arco fue toda una fiesta. Los que veníamos del extranjero comprendíamos que estábamos siendo testigos de un cambio histórico. Toda la comunidad artística parecía implicada en la feria, no solo el mercado. Percibíamos los ecos de la movida madrileña y el hambre acuciante de transformación. Sentíamos la energía vertiginosa de nuestros anfitriones, ahora visible en la escena internacional. La periferia se había convertido en el centro.
Resulta significativo que el inglés no fuera el primer idioma en Arco. El español, en toda su multiplicidad de acentos, era claramente dominante. El evento se convirtió pronto en un punto de encuentro anual para profesionales del arte europeo, estadounidense y latinoamericano. Así, además de contribuir a dar protagonismo internacional a los artistas españoles, la feria cumplió un papel vital en la articulación de diálogos transatlánticos. Y, cada vez que regresábamos, la escena artística española se había ampliado. En todo el país surgieron galerías, museos, fundaciones, proyectos públicos, espacios alternativos, revistas y otras iniciativas. Algunos prosperaron; otros fracasaron, pero juntos reflejaban la voluntad colectiva de impulsar el arte patrio hasta la vanguardia internacional.
Mientras tanto, el “centro” siguió su andadura. El mercado del arte desplazó su atención hacia China, Cuba y otros escenarios emergentes. Surgieron ferias en otras ciudades fascinantes: ArteBA, en Buenos Aires (1991); Zona Maco, en Ciudad de México (2002). Y luego vino Miami, que se convirtió rápidamente en una feria insoslayable. Su éxito dio lugar a decenas de eventos paralelos y a toda una agenda festiva que se estaba volviendo prácticamente insostenible cuando, el 11 de marzo de 2020, con la pandemia asolando Europa, cerró Tefaf Maastricht en Holanda. Las otras ferias siguieron como fichas de dominó. La era de la feria de arte internacional parecía haber pasado a la historia. La era de las salas de visualización en línea había comenzado.
En los últimos meses, algunas ferias han abierto manteniendo medidas de distanciamiento social. Frieze Nueva York está programada para este mayo en un formato muy reducido. Y Arco ha reprogramado su edición del 40º aniversario para julio, como Frieze Los Ángeles y Tefaf. Sobre estas citas planean muchos interrogantes
que desafiarán sus probabilidades de éxito. El reto es cómo reinventar las ferias para un futuro poscovid. La respuesta, dicen, será local, digital y colaborativa. Por ahora, están abandonando el modelo de centro de convenciones y organizando shows más largos y repartidos por más lugares. Más adelante, las ferias celebradas en las estaciones y regiones más cálidas podrían tener ventaja, pues los arquitectos pueden diseñar pabellones al aire libre. El arte público será una herramienta poderosa para conectar con las comunidades locales. Las plataformas de venta online mejorarán la experiencia del usuario, lo mismo que herramientas como la realidad aumentada, la realidad virtual y los códigos QR. Luego está el creciente campo de las redes sociales de chat de audio, con aplicaciones como Clubhouse, que facilitan conversaciones que trascienden los límites físicos. No, no pueden reemplazar al Museo Chicote. Pero aún podemos brindar por el futuro.
Robin Cembalest es periodista especializada en arte, dirigió ARTnews y trabaja como consultora.