Columna

Ministerio parche

Hace décadas que en el país asiático se habla de problemas sociales vinculados a la soledad que ahora pretenden paliar

Un hombre camina por una intersección hacia una estación de tren en Tokio el pasado marzo.Hiro Komae (AP)

En Japón muere tanta gente sola que existe una palabra para cuando uno fallece desamparado y su cadáver se encuentra tiempo después: kodokushi. Además, durante la pandemia se dispararon los suicidios por primera vez en 11 años. Más de 20.000 japoneses se quitaron la vida, el triple de los fallecidos por coronavirus. La solución que ha puesto el Gobierno ha sido crear un Ministerio de Soledad. Al frente está Tetsushi Sa...

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En Japón muere tanta gente sola que existe una palabra para cuando uno fallece desamparado y su cadáver se encuentra tiempo después: kodokushi. Además, durante la pandemia se dispararon los suicidios por primera vez en 11 años. Más de 20.000 japoneses se quitaron la vida, el triple de los fallecidos por coronavirus. La solución que ha puesto el Gobierno ha sido crear un Ministerio de Soledad. Al frente está Tetsushi Sakamoto, que ya se encargaba de incentivar el nacimiento de niños, en caída desde la década de los setenta.

La medida parece un parche más que una estrategia. Hace décadas que en el país asiático se habla de problemas sociales vinculados a la soledad que ahora pretenden paliar. De los hikikomori, por ejemplo, jóvenes con fobia social que deciden aislarse y hacer vida en su cuarto. O de las madres divorciadas que legalmente no tienen derecho a una pensión por hijos a cargo y que viven en la pobreza. Las políticas de estímulo Abenomics, que impulsó el ex primer ministro Shinzo Abe en 2012, supuestamente iban a incorporar a más mujeres al mundo laboral, pero todo ha quedado en titulares. Mucho womenomics, como se cuidaron de publicitar, pero ni guarderías ni subidas de sueldo.

El Reino Unido fue el primer país en darle a la soledad categoría ministerial en 2018. Un informe parlamentario concluyó entonces que nueve millones de británicos sufrían porque no se relacionaban con nadie. Podían pasar un mes sin hablar con otra persona. Ese aislamiento, dijeron los expertos, era peor para la salud que fumar 15 cigarrillos al día. En lugar de plantearse sus políticas de austeridad, de asistencia social o de inmigración, Theresa May optó por un ministerio. Como dijo el brillante cómico estadounidense Stephen Colbert, “los británicos han definido el problema más inefable del ser humano y le han dado la solución más fría y burocrática”.

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El diagnóstico está claro: la soledad no deseada es un problema que viene de lejos y con la covid-19 ha aumentado. En EE UU, una investigación de Harvard del pasado octubre constató que el 36% de los estadounidenses padece “soledad severa”. Son mujeres y hombres de todas las edades y nivel adquisitivo, aunque en mayor medida los parados, los trabajadores precarios, los residentes en lugares remotos y aquellos sin red familiar. De media, 700.000 estadounidenses mueren cada año alcoholizados o adictos a opiáceos. Son muertes prematuras por desesperación, como apuntaron Anne Case y Angus Deaton.

Estamos más conectados por internet y al mismo tiempo más disgregados que nunca. Ahora bien, ¿se necesita un ministerio? Las asociaciones llevan décadas alertando sobre el impacto de los recortes en políticas sociales, de salud mental y desarrollo rural. Querer combatir la soledad sin sufragar aquello que la alivia sirve de poco.

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