Desgarro de Cataluña

Quienes afirman que no hay fractura interna no viven en Cataluña. Quizá en Marte, o en Waterloo

Vista general del Parlament vacío.Massimiliano minocri

No hay fractura interna en Cataluña. Quienes afirman eso es que no viven aquí. Quizá en Marte, o en Waterloo. El desgarro de la convivencia interna se solapa, eso sí, con el llamado conflicto político sobre el futuro del encaje catalán en el conjunto de España. Pero de ninguna manera queda anulado por este.

Precisemos entre fisura social y fractura política.

El desgarro social aleja o enemista a indepes y no indepes, que cohabitan dándose l...

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No hay fractura interna en Cataluña. Quienes afirman eso es que no viven aquí. Quizá en Marte, o en Waterloo. El desgarro de la convivencia interna se solapa, eso sí, con el llamado conflicto político sobre el futuro del encaje catalán en el conjunto de España. Pero de ninguna manera queda anulado por este.

Precisemos entre fisura social y fractura política.

El desgarro social aleja o enemista a indepes y no indepes, que cohabitan dándose la espalda más y más. Lo computa un amplio sondeo de Metroscopia: entre quienes creen en la secesión, el 83% dice que de sus tres amigos más cercanos, al menos dos, si no los tres, comparten su fe. Y solo el 15% se siente muy cerca de al menos uno que no. Y en el campo inverso, lo mismo.

¡Eso sucede en una sociedad que proclama una identidad compartida, incluyente! Pues dos tercios de sus ciudadanos se declaran, como siempre, a un tiempo catalanes y españoles, en distintas dosis. Así, se revela un choque entre la convicción individual (lo que creo) y su despliegue real (cómo lo practico).

Esa fisura se eleva a fractura merced a cierta ingeniería política. Aquí opera menos la línea divisoria entre secesionistas y unitarios (concepto más exacto que el norirlandés unionist, de sesgo despreciativo) que entre unilateralistas y los demás. El unilateralismo viola la ley, e ignora al resto. Ahora se ha distinguido por callar, tolerar, bendecir, apoyar o aplaudir los actos vandálicos por el caso Hasél. Su abanderado es Junts, el movimiento de Carles Puigdemont y Laura Borrràs, epígonos del pujolismo. Y hereus de sus electores pijos: ganó en 23 de los 30 municipios más ricos y en 7 de los 10 barrios barceloneses más pudientes (EL PAÍS, 22-2). Es el partido del orden trocado en inductor del caos, versión Capitolio.

Un pulso clave por la hegemonía cultural-política está arreciando en el ámbito empresarial, que fue su caladero. La patronal Foment de Josep Sánchez Llibre milita sin máscara contra el retorno al procés. La Cámara de Barcelona, que bajo la sombra del trumpista Joan Canadell (tercero de Junts) boicoteó criticar el pillaje callejero, ha sido vencida en el Consejo de Cámaras catalanas (13 entidades), que lo ha condenado. Y el candidato de Canadell a presidir la segunda organización empresarial, PIMEC, ha sido derrotado por la línea profesional de continuidad de Antoni Cañete, que concitó el 81% de los votos. Así que las cosas empiezan a moverse. Más de lo que parece.

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