Autoridades en disputa

En lugar de poner el foco en las ideas radicales que circulan por las aulas, quizás nos toque pensar de qué manera esos cambios afectan a una democracia que se despliega sin brújula ni ruta conocida

Lo llaman “islamo-izquierdismo”, y, según Macron, es una alianza entre islamistas y extrema izquierda para introducir ladinamente nuevas teorías raciales en las universidades francesas. No sé bien qué es más llamativo, si la nueva palabra creada para nombrar la más reciente guerra cultural del país galo o que el président piense que la universidad aún tiene ese tipo de poder. Hasta pro...

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Lo llaman “islamo-izquierdismo”, y, según Macron, es una alianza entre islamistas y extrema izquierda para introducir ladinamente nuevas teorías raciales en las universidades francesas. No sé bien qué es más llamativo, si la nueva palabra creada para nombrar la más reciente guerra cultural del país galo o que el président piense que la universidad aún tiene ese tipo de poder. Hasta produce ternura, como si desde las tribunas los profesores pudiéramos ejercer influencia como para orientar la polarización de un país con recomendaciones de libros, explicaciones de corrientes filosóficas, o con los debates que alentamos en el aula.

El lamento de Macron sorprende un poco por su carácter nostálgico, pero también nos muestra cómo el lugar donde ponemos la crítica puede abocarnos a un diagnóstico fallido. No son la introducción sistemática de la mentira en la opinión pública o las ideas radicales que puedan circular por las aulas lo que puede cambiar una sociedad; es la pérdida de voz, de confianza, de legitimidad, de autoridad si me apuran, de las formas mediante las que accedíamos a una cierta comprensión del mundo. Estos días, algunos reíamos con las declaraciones de Victoria Abril sobre la pandemia y “el internet”, pero la actriz es un ejemplo vivo de lo que está sucediendo: hoy emitimos juicios donde el peso está en las emociones, en nuestras creencias previas antes que en los hechos. Pero lo que ha cambiado es que los sistemas tradicionales con los que accedíamos al mundo han perdido su influencia, y con ellos, la autoridad de sus guardianes.

Fíjense, por ejemplo, en lo que ocurre con el bitcoin. Andreas Antonopoulos explica en Mastering Bitcoin cómo las noticias nos proporcionaban la clave para distinguir la verdad de la ficción, y cómo depositábamos esa misma confianza en los gobiernos cuando nos decían que la economía tenía un valor determinado, lo que ciertamente nos ahorraba tener que valorar una a una las monedas que llegaban a nuestros bolsillos. Confiamos en que el dinero tiene un valor porque confiamos en la autoridad que lo emite. El bitcoin aparece cuando ese sistema quiebra, pues la famosa criptomoneda “no está pensada para reemplazar a las divisas nacionales, sino para poner a las monedas fuera del propio sistema”. Esto es, para crear un sistema alternativo. Y eso mismo, un sistema alternativo de tertulias y programas audiovisuales, existe ya con canales como ClubHouse o Twitch, donde los jóvenes dicen que la conversación es horizontal, espontánea, y donde utilizan unos registros que sienten como propios. “Cuando cambian las autoridades, el mundo cambia”, dice la politóloga Diana Popescu. No tengo certezas, pero en lugar de poner el foco en las ideas radicales que circulan por las aulas, quizás nos toque pensar de qué manera esos cambios afectan a una democracia que se despliega sin brújula ni ruta conocida. @MariamMartinezB

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