La irrupción de Vox, el fin del oasis

El drama del cénit de la ultraderecha para la derecha convencional consiste en que la ha humillado

El líder de Vox, Santiago Abascal, a su llegada a la sede de su partido en Barcelona.David Oller (Europa Press)

El resonante resultado de Vox es un terremoto en Cataluña. Entra por vez primera la derecha extrema en el Parlament. Y para toda España. Lo hace ¡cuadriplicando! al PP. Amenaza su hegemonía en el campo conservador.

Solo la expectación por la apretada disputa triangular del podio (entre ERC, Junts y PSC) ha puesto en sordina ese doble vuelco. Pero no es una novedad absoluta. Ya en las generales del 10-N de 2019, los de Abascal se hici...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El resonante resultado de Vox es un terremoto en Cataluña. Entra por vez primera la derecha extrema en el Parlament. Y para toda España. Lo hace ¡cuadriplicando! al PP. Amenaza su hegemonía en el campo conservador.

Solo la expectación por la apretada disputa triangular del podio (entre ERC, Junts y PSC) ha puesto en sordina ese doble vuelco. Pero no es una novedad absoluta. Ya en las generales del 10-N de 2019, los de Abascal se hicieron un hueco (243.640 votos, el 6,33% del total catalán) y dos escaños en el Congreso (igual que el PP, la CUP y Ciudadanos).

Pero ahora han entrado en el mítico sagrario que se bautizó como oasis catalán: la derecha que era centro; las izquierdas realistas; la reacción centralista, residualizada; la modernidad a la europea; la base común catalanista/cosmopolita y la incomparecencia de las lacras del desierto atribuidas a España: retraso secular, provincianismo, autoritarismo, corrupción.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

La eclosión de las malversaciones pujolianas empezó a secar las fuentes del oasis. Ahora, la irrupción de la derecha extrema en un Parlament pretendidamente blindado ante ultraísmos seca el resto del espejismo que ofrecía el palmeral soñado.

Lo hace tras una campaña caracterizada por la brutalidad de un discurso plagado de falsedades. Dos botones. “Los menas reciben una paga mensual y al resto nos abandonan”, cuando el 83% de los beneficiarios públicos de la prestación a jóvenes extutelados son españoles. Y la “islamización de Cataluña” y la inseguridad que crearía son los grandes problemas, cuando las encuestas priorizan la salud, la política y la cuestión territorial.

Y por la brutalidad de unas listas que recogen lo peor de todos los autoritarismos. El propio de Vox que le emparenta con los Trump, Le Pen y Salvini. Y el del bronco parafascismo, racista, xenófobo, que aúna con magia —verdadero Frankenstein— los ingredientes más vitriólicos de los nacionalismos rivales español y catalán (al grito de “primer els de casa”).

Es la herencia de la disuelta Plataforma per Catalunya, de Josep Anglada: la encarnan los números tres y cinco de la lista barcelonesa de Vox: Juan Garriga (primo del líder) y Mónica Lara, ambos imputados judicialmente, acusados de delitos de odio contra inmigrantes.

El drama del cénit de Vox para la derecha convencional consiste en que la ha humillado. Ha cortocircuitado su ascenso, potencialmente enorme (quedó reducida a cuatro escaños en 2017), a costa del profetizado colapso de Ciudadanos. Más aún cuando su líder, Pablo Casado, ha residido casi permanentemente en Cataluña en lo que va de año, de campaña entre los pijos.

Esa irrupción también corroe al nacionalismo indepe. Provocó la entrada de Vox en la escena española, fecundando los enconos sociales derivados de la Gran Recesión con el detonante del miedo a la desintegración de la nación española, norte y guía del rudo, inverso, más potente, nacionalismo español. Ya tiene en casa a su criatura. La crió. Adiós a su mito del oasis.

Archivado En