Editorial

Golpe en Myanmar

El Ejército birmano tiene que poner fin a su golpe de Estado, liberar a los líderes civiles y respetar los resultados electorales

Vehículos policiales esperan en una calle en Yangon (Myanmar).LYNN BO BO (EFE)

Las señales de lo que planeaba el Ejército birmano se habían multiplicado en los últimos días. Y, sin embargo, el golpe de Estado que protagonizó este lunes, y en el que fueron detenidos los principales líderes civiles del país, incluida la propia jefa de facto del Gobierno, Aung San Suu Kyi, pareció tomar a casi todos por sorpresa. Resulta difícil pensar que, pese a las amenazas que había proferido hace poco un portavoz militar, las Fuerzas Armadas fueran a arriesgarse a un paso que puede devolver a Myanmar, la antigua Birmania, al estatus de paria internacional que padeció hasta el in...

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Las señales de lo que planeaba el Ejército birmano se habían multiplicado en los últimos días. Y, sin embargo, el golpe de Estado que protagonizó este lunes, y en el que fueron detenidos los principales líderes civiles del país, incluida la propia jefa de facto del Gobierno, Aung San Suu Kyi, pareció tomar a casi todos por sorpresa. Resulta difícil pensar que, pese a las amenazas que había proferido hace poco un portavoz militar, las Fuerzas Armadas fueran a arriesgarse a un paso que puede devolver a Myanmar, la antigua Birmania, al estatus de paria internacional que padeció hasta el inicio del proceso de transición democrática en 2011.

Más difícil aún por cuanto, pese a todo, su relación con La Dama —como se la conoce popularmente— ha sido mucho más acomodaticia de lo que se anticipaba cuando la Nobel de la Paz arrasó en las primeras elecciones parcialmente libres de este siglo en el país, en 2015. Durante sus seis años al frente de hecho del Gobierno democrático, Aung San Suu Kyi ha decepcionado al mundo al defender la represión militar contra la minoría rohinyá incluso ante el Tribunal de Justicia de la ONU en La Haya.

Aun así, los resultados de las últimas elecciones, el 8 de noviembre, en las que La Dama y su partido, la Liga Nacional para la Democracia, volvieron a ganar por avalancha, parecen haber tocado un punto muy sensible en el estamento militar. Las Fuerzas Armadas parecen haber comprendido que aunque el sistema está inclinado a su favor —les concede el 25% de los escaños en el Parlamento, además de tres de los ministerios más poderosos—, les va a ser imposible ganar elecciones. Ello puede poner en peligro sus numerosos privilegios y negocios que no están dispuestos a compartir. Llaman la atención las similitudes entre las acusaciones de fraude electoral de los militares birmanos y las que lanzó el expresidente estadounidense Donald Trump contra sus propios comicios. En Washington, la fortaleza de las instituciones detuvo lo que bien pudo acabar convertido en un golpe. En Birmania la asonada ha triunfado, al menos de momento.

El Ejército ha prometido convocar elecciones en un año y entregar el poder al ganador. Pero en ese tiempo pueden pasar muchas cosas y la región del sureste asiático no es ajena a juntas que llegaron para un tiempo limitado y se eternizaron en el mando. Birmania, un país empobrecido por décadas de mandato militar, marcado por divisiones étnicas y con regiones enteras en manos de grupos guerrilleros, merece algo mejor. Merece que se respete su opinión. La nueva junta debe poner en libertad de inmediato a los líderes detenidos y reanudar el proceso democrático. Aunque al frente queden líderes tan decepcionantes como Aung San Suu Kyi.

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