Columna

Contra Illa

El candidato se ha convertido en el enemigo común universal, quizá por ser de un tipo de catalán ya extraño, que aún no ha perdido el ‘seny’

Salvador Illa junto a Pedro Sánchez durante el Comité Federal del Partido celebrado el sábado en la sede del PSC en Barcelona.- (EFE)

Desde que se venteó su candidatura, y más aún después de que las encuestas oficializaron sus insólitas bazas, solo hay un tema en la precampaña electoral catalana: el del enemigo común universal, Salvador Illa, súbita encarnación, ay, de todos los males.

Primero se le intentó deslegitimar a cuenta de que continúa en su cargo de ministro hasta iniciarse la campaña. Una decisión discutible, como lo son todas en política. Pero no por los partidos que más vocean, como el PP de Pablo Casado, que nunca registró renuncias por esa razón. Ni por la Esquerra de Pere Aragonès, que ni siquiera sugi...

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Desde que se venteó su candidatura, y más aún después de que las encuestas oficializaron sus insólitas bazas, solo hay un tema en la precampaña electoral catalana: el del enemigo común universal, Salvador Illa, súbita encarnación, ay, de todos los males.

Primero se le intentó deslegitimar a cuenta de que continúa en su cargo de ministro hasta iniciarse la campaña. Una decisión discutible, como lo son todas en política. Pero no por los partidos que más vocean, como el PP de Pablo Casado, que nunca registró renuncias por esa razón. Ni por la Esquerra de Pere Aragonès, que ni siquiera sugiere la renuncia de Alba Vergès a su destacado puesto en la lista electoral o al puesto de consellera de Sanidad en funciones, que aún no se ha comprometido a evacuar cuando empiecen los mítines. Esa doble vara de medir.

Como eso es evidente y no produce el menor rasguño, ahora se le identifica con la “irresponsabilidad” del Tribunal Superior confirmando, de momento, la convocatoria para el 14-F; con una “operación de Estado” antindependentista; con un presunto retorno del 155; como la personificación del intento de que un “ministro español” (traducido: no es un catalán, ni de La Roca del Vallès) acabe presidiendo la Generalitat (por cierto, como José Montilla)... con el papus. También con el papus, esto es, con los presuntos votos de apoyo de Vox.

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Pero Illa no es magistrado; los jueces son independientes (un miembro del tribunal votó a favor de la Generalitat), solo los atropellados confunden los términos ministerio, Gobierno, Estado; ser catalán no impide ser también español (Identidades asesinas, Amin Maalouf, Alianza, 1999). Y, ay, ay, ay, Esquerra y Junts han votado junto con Vox en múltiples ocasiones, por ejemplo, contra el Estado de alarma patrocinado por... Salvador Illa.

Seguramente, Cataluña no registra un episodio de “unanimismo” tan curioso como este (corrector: respetemos ese bello palabro, es del eximio historiador que sigue) desde el que lució el patriotismo español (sí, español) de la élite catalana en la guerra de la Independencia antifrancesa, como ilustró Pierre Vilar (Assaigs sobre la Catalunya del segle XVIII, Curial, 1973).

Por algo será. ¿Por qué? No porque Illa sea ahora una cara popular, ni por el balance de su lucha contra la pandemia, ni por su discutible glamur. Sino porque se ha ganado consideración al actuar como alguien normal, sobrio, serio, respetuoso, cortés. Un tipo de catalán ya extraño, que aún no ha perdido el seny.


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