Las razones de Penfold

Maduro y Guaidó seguirán presentándose como presidentes y dos asambleas reclamarán la representación de los venezolanos. Ninguna de ellas, sin embargo, tendrá sustento constitucional

Juan Guiadó asiste a una sesión de la Asamblea Nacional de Venezuela, el 15 de diciembre.MANAURE QUINTERO (Reuters)

A partir del 5 de enero, en Venezuela no habrá ningún poder público de origen claramente democrático. Dos hombres, Nicolás Maduro y Juan Guaidó, seguirán presentándose como presidentes y dos asambleas reclamarán, cada una, la representación de los venezolanos. Ninguna de ellas, sin embargo, tendrá sustento constitucional.

“La distinción entre uno y otro [Gobierno], de facto o de jure, se ha evaporado y aparece ahora una crisis de representación política aún peor: tanto Maduro como Guaidó pasan a representar tan sólo su ambición continuista”. Son palabras del venezolano Mic...

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A partir del 5 de enero, en Venezuela no habrá ningún poder público de origen claramente democrático. Dos hombres, Nicolás Maduro y Juan Guaidó, seguirán presentándose como presidentes y dos asambleas reclamarán, cada una, la representación de los venezolanos. Ninguna de ellas, sin embargo, tendrá sustento constitucional.

“La distinción entre uno y otro [Gobierno], de facto o de jure, se ha evaporado y aparece ahora una crisis de representación política aún peor: tanto Maduro como Guaidó pasan a representar tan sólo su ambición continuista”. Son palabras del venezolano Michael Penfold, de quien no basta decir que es un consultor internacional de gran competencia en Políticas Públicas, afiliado al más alto nivel académico a instituciones como el Wilson Center, la Brookings Institution o el prestigioso Instituto de Estudios Superiores en Administración (Iesa), de Caracas.

Coautor, con Javier Corrales, de un libro insoslayable sobre la polinización cruzada entre el militarismo chavista y el petroestado, Penfold es una de las pocas voces atendidas por todos en la atribulada Venezuela. Nadie en mi país disputa su independencia intelectual y su valor cívico.

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Testimonio de todo ello son las ondas de choque que un lancinante comentario suyo, difundido en un hilo que Penfold subió a la plataforma Twitter poco antes de fin de año, han alcanzado a la clase política opositora venezolana.

Tal vez sea cierto que el paper académico mató al ensayo impresionista y que los hilos de Twitter han matado al paper, pero en este caso, al menos, el hilo de Penfold ha obrado como un enérgico y saludable revulsivo moral. Su principio activo es la palabra “continuista”, usada para caracterizar por igual las políticas de Maduro y Guaidó. Valdrá la pena glosar un pelín ese hilo porque invoca tecnicismos constitucionales.

Guaidó fue parlamentariamente investido presidente interino a comienzos de 2019, al tiempo que la Asamblea Nacional, que por entonces presidía, aprobó también un estatuto rector de la anhelada transición hacia la democracia.

Bien o mal, el estatuto interpretaba, según la Asamblea, el artículo 333 de la Constitución de 1999, aún vigente. Ese ese que muy inclusivamente dice que “todo ciudadano investido o ciudadana investida o no de autoridad” está en el deber de ayudar a restituir la Constitución, violada ya de mil formas por Maduro.

Con lírico optimismo, el estatuto se presentaba como “cauce ordenado y racional al inédito e inminente proceso de cambio político que ha comenzado en el país”. La dirección política del proceso —esto es, del interinato— se dejó a cargo a un comité designado por el propio interino y encabezado por Leopoldo López, su jefe político.

Bueno, el “inminente proceso”, como sabemos, se resolvió en una fracasada intentona militar y el encallamiento de una estrategia que al final pendía exclusivamente de la reelección de Donald Trump. “La oposición venezolana ha decidido abordar el inexorable 5 de enero —fecha del cese de la Asamblea elegida en 2015— merced un cambio del Estatuto Transitorio, sin resolver varios dilemas de fondo y más bien privilegiar su ambición continuista”, observa Penfold.

Invocando el mandato emanado de una “consulta popular” que siguió a la fraudulenta elección parlamentaria del 6 de diciembre pasado, consulta informal promovida con controvertidos resultados por la oposición, la Asamblea ha prorrogado indefinidamente el interinato de Guaidó y encomendado su supervisión y contraloría a una Comisión Delegada.

“Francamente uno esperaba más de una élite que dice representar la democracia y la legalidad”, deplora Penfold. Y se pregunta cómo es posible que un órgano soberano delegue ¡por un año! sus funciones en una Comisión Delegada, órgano auxiliar que la Constitución acota temporalmente. Del comité político, ahora más reducido, cabe esperar que siga obrando como Buró Político del Comité Central de Leopoldo López.

La cruel ironía de todo esto radica en que el Gobierno interino no es hoy más que un ente virtual que, como bien dice Wall Street Journal, “formula declaraciones en pro de la democracia por medio de las redes sociales y el Zoom”.

En Venezuela se espera una nueva arremetida de represión madurista que con seguridad llevará al destierro a muchos parlamentarios de la extinta Asamblea. No es inconcebible que el propio Guaidó salga al exilio.

A la crisis humanitaria, a la emigración forzada de millones de venezolanos, a la pandemia, la violencia de Estado y la hambruna se une ahora la más grave crisis de representación política que haya sufrido nunca la oposición venezolana. Así comienza lo que esperemos no sea la tercera década de hegemonía chavista en Venezuela.

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