Juegos de poder al borde del abismo
Necesitamos algo de imaginación política. Y mucha audacia. Es lo más difícil, pero también lo único que puede apartarnos del precipicio
Los Presupuestos han sido casi siempre una gran subasta. Para conseguir su aprobación, el partido en el poder necesitaba ir reajustando recursos para satisfacer las demandas económicas de sus apoyos potenciales. Y cuando se gobernaba con mayoría absoluta, se acordaba la distribución ponderando las exigencias de barones territoriales del partido, de sectores dentro del Gobierno, o de grupos de presión de la sociedad civil. Hasta aquí, nada nuevo. Lo novedoso esta vez es que el Gobierno ha entrado también en una subasta de posiciones políticas, en una puja ideológica. Te apoyo si me cambias esto...
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Los Presupuestos han sido casi siempre una gran subasta. Para conseguir su aprobación, el partido en el poder necesitaba ir reajustando recursos para satisfacer las demandas económicas de sus apoyos potenciales. Y cuando se gobernaba con mayoría absoluta, se acordaba la distribución ponderando las exigencias de barones territoriales del partido, de sectores dentro del Gobierno, o de grupos de presión de la sociedad civil. Hasta aquí, nada nuevo. Lo novedoso esta vez es que el Gobierno ha entrado también en una subasta de posiciones políticas, en una puja ideológica. Te apoyo si me cambias esto en educación, si me evitas los desahucios, si restringes la autonomía fiscal de las comunidades.
Pero el objeto del intercambio no es solo lo que parece a primera vista, la obtención de preferencias ideológicas específicas; es algo más, es la promoción pública de una o varias marcas políticas, la simbolización de su poder relativo. Y, correlativamente, la debilidad de quien se ve obligado a ceder. Lo conseguido permite visualizar que se ha doblado el brazo al socio mayoritario, y se celebran los beneficios propagandísticos derivados de hacerlo. Se dirá —y se dice— que en eso consiste un gobierno de coalición, donde todos tienen que hacer concesiones mutuas. No, eso no es lo que ha ocurrido. Las negociaciones entre los socios de gobierno se plasman después en un documento que estos se comprometen a respetar. A lo que hemos asistido, por el contrario, es a una exhibición mediática impúdica de la capacidad de chantaje de Podemos o, más bien, a la necesidad de protagonismo de Iglesias.
Detrás hay también una estrategia más sibilina, desnaturalizar el propio proyecto socialista y privarle de potenciales votos de centro. Si las necesidades de ajustar demandas económicas muchas veces contradictorias acaban presentando unas cuentas del Estado llenas de retales, lo que dibuja la cesión ante la subasta ideológica es un proyecto político incoherente y desubicado. ¿Sigue siendo el PSOE un partido de centro-izquierda? ¿Continúa firme en la defensa de las instituciones del 78? Y ¿cui prodest? ¿Quién se beneficia de esta nueva situación? Todavía queda mucho partido, pero, si se renueva el bibloquismo y se acentúa la polarización, está claro que los beneficiarios son Podemos, los nacionalismos radicales y la extrema derecha.
Lleva razón la vicepresidenta Calvo cuando señala que las condiciones en las que se desenvuelve hoy la política no son las de hace veinte años. Pero precisamente por eso no podemos encararla con pequeños juegos de poder. Un país al borde del abismo, con las peores previsiones económicas y de desempleo de nuestro entorno, no está para la política de salón o para que una de sus dos mitades se imponga sobre la otra. Hoy más que nunca necesitamos algo de imaginación política. Y mucha audacia. No la de los que juegan a su propia promoción, que para esto no les falta, sino la de los que tienen la capacidad de reinventarse al servicio del interés de todos. Es lo más difícil, lo sabemos, pero también lo único que puede apartarnos del precipicio.